Lo difícil es
empezar, como en todo. Empieza la Vuelta y el principio sabe a piel muerta
después del final del Tour. Me quedé con ganas de gritar ¡que viva Colombia! en
esa subida criminal en Alpe d’Huez. Lo difícil es empezar, y a veces empezar
significa volver. Volver a las tardes de aire acondicionado, a las tardes de
ciclismo ocupando el trono de la programación de verano. Me acuerdo de esto:
Si puedo
intentaré incluso ver el Giro del año próximo, nadie va a parar esto ya.
Cualquier sprint de Sagan, o incluso, los míticos finales de etapa de Óscar Freire,
se quedan en nada.
Lo difícil es
empezar, excepto cuando menos esperas empezar algo; entonces, empezar es
fácil.
Lo difícil es
empezar, y más cuando es “a taza caliente”.
Difícil es empezar
Cuatro amigos, de David Trueba, como cualquier comienzo con demasiadas
expectativas. Acabé y recordé una vez más lo que significa ser invadido brutalmente
por una historia. Muerto de risa y llorando de emoción, como en todos los
grandes finales que justifican cualquier comienzo difícil. Leía el libro y me
acordaba de esto, cómo no:
Vale, vale, ya paro con Primos. Y ahora escribo
esto y recupero estos fragmentos del libro:
─A lo mejor es la edad.
─Ni hablar. El otro día leí en el periódico que ahora la adolescencia dura hasta los veintiocho.
─No, Blas─ le dije─, la juventud termina el día en que tu jugador de fútbol favorito tiene menos años que tú.
Ahora lo difícil es seguir, y con uno ya me he cansado. Hay algunos más,
pero son demasiado míos, por eso va a ser mejor dejarlo en el comienzo:
Siempre he sospechado que la amistad está sobrevalorada. Como los estudios universitarios, la muerte o las pollas largas. Los seres humanos elevamos ciertos tópicos a las alturas para esquivar la poca importancia de nuestras vidas. De ahí que la amistad aparezca representada por pactos de sangre, lealtades eternas, e incluso mitificada como una variante del amor más profunda que el vulgar afecto de las parejas. No debe de ser tan sólido el vínculo cuando la lista de amigos perdidos es siempre mayor que la de amigos conservados. El padre de Blas solía decirnos que la confianza en los otros era un rasgo del débil, pero claro, cualquier asomo de humanidad era para él poco menos que una mariconada. Coronel en la reserva de consentida inclinación nazi, no concedíamos demasiado valor a sus opiniones. En el fondo sonaba más sabio lo que un tirado en una taberna nos gritó un día: “Yo a mis amigos no les cuento mis penas; que los divierta su puta madre.” La amistad siempre me ha parecido una cerilla que es mejor soplar antes de que te queme los dedos y, sin embargo, aquel verano no habría podido concebir los días sin Blas, sin Claudio, sin Raúl. Mis amigos.
Escuché esta
frase el 22 de agosto, a las ocho menos veinte de la tarde:
“Cien monjas no valen lo que vale una cortesana”.
No recuerdo a
quién, pero la consideré digna de perderse entre mis notas del móvil, y de
recuperarla aquí.
Lo difícil es
empezar porque muchas veces empezar significa acabar con lo anterior. En
cualquier caso. Empecemos lo que toca como empiezan las ligas los líderes de
las primeras jornadas, y acabemos como los grandes equipos.
Jabois decía
Irse a Madrid, y yo digo que irse no sé, pero volver, al menos esta vez, parece
que no pinta mal. Sol y viento. Vengo oliendo a mar, a sidra, a vaca, y me
viene esta canción:
Lo difícil, por
encima de todo, ha sido empezar con estas notas sin tener ni puta idea de cómo
empezarlas.
Puedes decir por ahí que esto es para ti, por ser joven y marchoso.