jueves, 27 de agosto de 2015

Todos queremos matar a... Guillermo: Lo difícil es empezar.

Lo difícil es empezar, como en todo. Empieza la Vuelta y el principio sabe a piel muerta después del final del Tour. Me quedé con ganas de gritar ¡que viva Colombia! en esa subida criminal en Alpe d’Huez. Lo difícil es empezar, y a veces empezar significa volver. Volver a las tardes de aire acondicionado, a las tardes de ciclismo ocupando el trono de la programación de verano. Me acuerdo de esto:


Si puedo intentaré incluso ver el Giro del año próximo, nadie va a parar esto ya. Cualquier sprint de Sagan, o incluso, los míticos finales de etapa de Óscar Freire, se quedan en nada.

Lo difícil es empezar, excepto cuando menos esperas empezar algo; entonces, empezar es fácil.

Lo difícil es empezar, y más cuando es “a taza caliente”.

Difícil es empezar Cuatro amigos, de David Trueba, como cualquier comienzo con demasiadas expectativas. Acabé y recordé una vez más lo que significa ser invadido brutalmente por una historia. Muerto de risa y llorando de emoción, como en todos los grandes finales que justifican cualquier comienzo difícil. Leía el libro y me acordaba de esto, cómo no:



Vale, vale, ya paro con Primos. Y ahora escribo esto y recupero estos fragmentos del libro:

A lo mejor es la edad. 
─Ni hablar. El otro día leí en el periódico que ahora la adolescencia dura hasta los veintiocho. 
─No, Blas─ le dije─, la juventud termina el día en que tu jugador de fútbol favorito tiene menos años que tú.
Ahora lo difícil es seguir, y con uno ya me he cansado. Hay algunos más, pero son demasiado míos, por eso va a ser mejor dejarlo en el comienzo:
Siempre he sospechado que la amistad está sobrevalorada. Como los estudios universitarios, la muerte o las pollas largas. Los seres humanos elevamos ciertos tópicos a las alturas para esquivar la poca importancia de nuestras vidas. De ahí que la amistad aparezca representada por pactos de sangre, lealtades eternas, e incluso mitificada como una variante del amor más profunda que el vulgar afecto de las parejas. No debe de ser tan sólido el vínculo cuando la lista de amigos perdidos es siempre mayor que la de amigos conservados. El padre de Blas solía decirnos que la confianza en los otros era un rasgo del débil, pero claro, cualquier asomo de humanidad era para él poco menos que una mariconada. Coronel en la reserva de consentida inclinación nazi, no concedíamos demasiado valor a sus opiniones. En el fondo sonaba más sabio lo que un tirado en una taberna nos gritó un día: “Yo a mis amigos no les cuento mis penas; que los divierta su puta madre.” La amistad siempre me ha parecido una cerilla que es mejor soplar antes de que te queme los dedos y, sin embargo, aquel verano no habría podido concebir los días sin Blas, sin Claudio, sin Raúl. Mis amigos.
Escuché esta frase el 22 de agosto, a las ocho menos veinte de la tarde:
“Cien monjas no valen lo que vale una cortesana”.
No recuerdo a quién, pero la consideré digna de perderse entre mis notas del móvil, y de recuperarla aquí.

Lo difícil es empezar porque muchas veces empezar significa acabar con lo anterior. En cualquier caso. Empecemos lo que toca como empiezan las ligas los líderes de las primeras jornadas, y acabemos como los grandes equipos.

Jabois decía Irse a Madrid, y yo digo que irse no sé, pero volver, al menos esta vez, parece que no pinta mal. Sol y viento. Vengo oliendo a mar, a sidra, a vaca, y me viene esta canción:



Lo difícil, por encima de todo, ha sido empezar con estas notas sin tener ni puta idea de cómo empezarlas.


Puedes decir por ahí que esto es para ti, por ser joven y marchoso.

viernes, 7 de agosto de 2015

Nunca

Y nunca podré ya deshacerme de mí mismo
ni, jamás, arrancarme de nuevo la piel a tiras
pero quisiera, talvez,
                      mañana
volver por un instante a ser
la piedra joven, la maleza gris
o la raíz abrupta de un campo yermo.

Y gritar.

No me atrevo a pedir ser grito
como aquella vez perdido en la sombra
de mil pies de musgo y morfina.
Hoy no, talvez
            mañana
pero hoy es, también, desde ayer
hoy desde siempre
y desde siempre trago ardores
y desde siempre no los siento
pero quisiera, talvez,
                      mañana
caer por un instante en las brasas
de los ojos de un ciego despiadado
o ser por un momento la piel del elefante.

Y olvidar.


A.S.V.