Febrero. Frío.
Los hijos de la City se refugiaban en el Parque de Atracciones, como cada
viernes. Charlie ya había ido tres veces al baño y solo eran las doce. Quedaba
la mitad de la noche. Seguiría taladrándose el hígado hasta echar el cierre. El
humo del Parque se masticaba y Charlie se quitó la camiseta. Se dejaba ver el
tatuaje grabado en su hombro […]. Su cuerpo era un suspiro. La imagen de una
campaña de lucha contra la anorexia. Trevor Reznik con principios de barriga
patrocinada por Heineken. Y todo a pesar de comer como un musulmán las noches
de Ramadán. Y bebía. Bebía. Bebía de forma enfermiza. Sufría ataques de
alcoholismo severo algunas noches, y esta era una de ellas.
Charlie se
estaba sirviendo una copa. Su cuerpo y su cabeza le pesaban trescientos
kilos, pero estaba consciente. No, en serio, realmente estaba consciente. Y
levantó la cabeza para saber de quién era esa voz que pedía cerveza
tímidamente, como intentando no ser escuchada.
─Ya no es hora
de tomar cerveza. Lo mejor ahora sería un jägerbomb. Dinamita para
la garganta y para los malos pensamientos.
Aquella chica
no era de Londres. Nadie pedía así en Londres, con esa timidez, esa insegura
buena educación que provoca el miedo a lo nuevo, a lo desconocido. Nadie pedía
nunca así en el Parque de Atracciones. Esa chica nunca había estado allí.
Charlie levantó
la mirada y el ruido del local desapareció. Y a partir de ese momento para él
solo existía esa voz de preciosos ojos marrón básico que pedía cerveza.
─Pero quieres
una cerveza.
─Sí, por favor.
Duelo de
miradas. Duración: 2 segundos. Resultado: empate incómodo.
─Tú no eres de
Londres.
─¿Cómo lo sabes?
─Porque creo que
nunca he escuchado a nadie hablar así en Londres.
─¿Y cómo hablan
aquí?
─No sé, nadie es
tan amable, al menos en este bar. Además tu acento es extraño.
─Pues sí, soy
francesa, de París. La capital de la mala educación y la soberbia.
Charlie no
esperaba una sentencia así tan pronto. Ni esperaba esos ojos marrones que le
miraban con las pupilas dilatadas, y contra los que volvió a luchar durante
cinco silenciosos e intensísimos segundos.
─Seguro que
hasta hace muy poco tú tenías a alguien esperándote en casa. De hecho a lo
mejor sigue ahí. Tienes cara de haber tenido a alguien esperándote en casa
durante mucho tiempo.
─¿Y qué cara es
esa?
─No es solo una
cara. Es una cara y un cuerpo con ropa y maquillaje de becaria de la City,
sentada delante de la barra de un bar del centro de Londres un viernes por la
noche. E incluso puede que esa becaria, sin saberlo, haya elegido el mejor bar
de la historia de Londres para entrar y pedir una triste, pero también
deliciosa, cerveza.
─Demasiada
información como para no tener fallos.
─Tienes razón,
no vas maquillada.
─Correcto.
─Punto para mí.
Y para ti, por cierto. ¿Y por qué estás aquí sola?
─Porque llevo
aquí apenas un mes y no conozco a nadie.
Reacción
inmediata de asesino de neuronas:
─No suelo decir estas
cosas pero, ¿me esperarías hasta el cierre? Menos de una hora.
─¿Cuánto menos?
─Media hora como
mucho.
─Lo siento, me
tengo que ir ya.
─Vale pues
entonces yo también.
─Acabas de
decirme que te espere hasta el cierre.
Charlie se
abalanzó sobre la barra hasta quedarse un palmo de aquella parisina, que a cada
palabra demostraba estar alejada de cualquier tópico.
─Mira, ahora
mismo, si tú te tienes que ir yo también me tengo que ir. Hay muy poca gente en
la calle y no quiero que te vayas tú sola ahora. Londres puede ser muy
miserable a estas horas. Ahora mándame al infierno o déjame acompañarte.
Wes había visto
toda la acción a través de los barrotes del piso de arriba, donde controlaba la
música. Una escalera de caracol metálica comunicaba esa cabina con la zona de
la barra. Wes imaginaba cuál sería el desenlace y por eso bajó las escaleras
para encargarse él del cierre. Porque Charlie ya tenía cosas de las que
encargarse. Y porque Wes sabía que Charlie haría lo mismo por él. Le dejó pasar
para que saliera de detrás de la barra y antes de dejarle ir le agarró del
brazo y se acercó a su oreja.
─Ten cuidado, da
las gracias, y al final piensa si debes pedir perdón.
Charlie escuchó
aquello y rió en silencio, y se despidió de Wes con una palmada en la espalda,
y desapareció entre la fauna del Parque de Atracciones.
La chica
esperaba fuera del local. Charlie pensó por un momento que, sin decírselo,
había optado por mandarle al infierno. Pero esperaba fuera del local, apoyada
en la pared.
─¿Dónde tienes
que ir?
─Quiero ir a mi
casa.
─¿Dónde vives?
─Cerca de
King’s Cross.
En realidad,
Charlie sí había bebido demasiado como para hacer algo de provecho esa noche.
Intentaba disimular y lo conseguía. Pero sus pupilas cada vez se dilataban más.
No estaba fumando, pero sentía que alguien le exprimía los pulmones con las
manos. Un intento macabro de asfixia. Asfixia mental. Karma. Lo que fuese. Pero
Charlie tenía sus prioridades claras aquella noche.
─No me gusta
coger el metro a estas horas. No quiero que tú estés en el metro a estas horas.
Llámalo sobreprotección si quieres.
La chica
intentaba recordar si alguna vez en su vida había vivido algo así. Intentaba
recordar si había conocido a alguien como Charlie. Cada frase hacía que su
cabeza volase a mil sitios diferentes en un segundo. Nada de lo que estaba
pasando tenía mucho sentido pero su curiosidad quería saber cómo acabaría todo
aquello.
─Yo tampoco
pensaba coger el metro.
─Bien, pues
vamos a buscar un taxi.
No hizo falta
dar más de dos pasos para que un taxi se dejase ver acercándose a la puerta del
Parque de Atracciones. Todo aquello parecía haber sido ensayado; todo menos el
estado del hígado de Charlie, al que a pesar de todo, le apetecía que ocurriese
todo lo que estaba ocurriendo.
─Buenas noches,
por favor, ¿nos podría llevar a la estación de King’s Cross?
Charlie podría
ser cualquier cosa, pero siempre que tenía oportunidad, demostraba que en lo
más profundo de sí mismo, en esa categoría escondida de su personalidad,
cumplía con el tópico de la educación y los buenos modales de exalumno de Eton.
Daba igual en qué estado mental se encontrase. La educación siempre iría por
delante. “La educación no es buena o mala, simplemente está presente o no lo
está, y eso se demuestra cada día”. Una de sus máximas.
─En camino
muchacho.
─Muchas gracias.
Viajar en coche
mientras el alcohol viaja por la sangre mezcla de forma radiactiva sufrimiento
y placer. Volar en una nube mientras te desangras es una buena forma de
explicar lo que Charlie sentía sentado en uno de los asientos de atrás de aquel
taxi.
Su cuerpo
temblaba un poco. Por el frío, por su nervio natural, y por todo. Con su mano
derecha estrujaba la izquierda para frenar reacciones que se quedaban a un paso
de convertirse en espasmos. Parecía que nada iba bien, pero la presencia de
aquella chica a su lado aplastaba la revolución químico- tóxica que su
organismo estaba generando. Y entonces todo iba bien. Y empezó a ir mucho mejor
cuando el señor taxista, de acento escocés, desapareció.
─Entonces, ¿te
espera alguien en casa?
─No.
─¿Qué estás
haciendo en Londres
Tímido amago de
carcajada nerviosa.
─No lo sé. De
momento intentar sobrevivir. Con eso me vale.
─Yo nací aquí, y
llevo intentando sobrevivir desde que nací. Así que no te preocupes. Es muy
difícil vivir en esta ciudad, hay demasiadas cosas; buenas y malas. Demasiadas
cosas. Yo creo que al final todo se reduce a sobrevivir. Todo lo hacemos por
sobrevivir, incluso todo lo que incluimos en esa difusa y absurda nube de cosas
a las que la gente llama “vivir la vida”. Creo que solo los niños viven. Se
vive hasta que empiezas a darte cuenta de cuáles son las cosas más importantes,
las cosas que cimientan la existencia de uno, y te das cuenta porque te faltan,
porque no las tienes. Te das cuenta de que, afortunadamente, hay muy pocas
cosas importantes, y también te das cuenta de que esas cosas no son cosas en
sí. A esas cosas no se las denomina cosas. Y en eso estamos todos.
Conscientemente o inconscientemente, da igual. Todos tenemos eso en la cabeza.
Unos huyen sin darse cuenta, y “viven la vida”, y otros se enfrentan a las
cosas, sufren y sobreviven, intuyendo y descubriendo cada día y cada minuto que
casi todo lo que les rodea es accesorio, y que sobrevivir no solo implica cosas
negativas. Y básicamente es eso. Yo soy consciente de esto, si es que tiene
algún sentido, y tú tienes cara de ser consciente también, pero seguro que en tu
caso tampoco tiene sentido ─ cinco segundos de silencio ─. Dos
conscientes sin sentido han llegado a King’s Cross.
Palabra de
Charles Robert David Addley. No perdón, palabra de Charlie. Palabra del hígado
infecto de Charlie. Palabra de la garganta chamuscada de Charlie. Palabra de
las torturadas cuerdas vocales de Charlie.
"No creo
que la vida sea absurda. Creo que todos estamos aquí con un gran propósito,
y creo que nos estremecemos por la inmensidad del propósito por el que
estamos aquí". NORMAN MAILER
─¿Has bebido
mucho?
─Supongo que más
de lo que se debe beber.
─¿Pero te
encuentras bien?
─Sí, tranquila.
Hablaban los
dos ya fuera del taxi. Habían bajado a escasos dos metros de donde vivía la
chica. Eran cerca de las dos, y se sentaron en las escaleras que había antes de
llegar a la puerta a fumar un cigarro. La chica no parecía muy acostumbrada a
fumar, pero sí parecía disfrutarlo. Ese pequeño homenaje que uno decide hacerse
a sí mismo de vez en cuando, ese homenaje que en su caso era fumarse un
cigarro.
Y para Charlie
fue uno de los mejores momentos de su vida. Había visto fumar a muchas chicas.
Siempre decía: “Ver fumar a una chica es uno de esos momentos de los que merece
la pena ser testigo, y mucho más si la única persona que acompaña a la chica
mientras fuma es uno mismo”.
Charlie y Wes
tenían ya gran experiencia en ese nivel de frases estúpidas. Y todo lo que tenían
de estúpidas lo tenían también de sinceras.
Había visto
fumar a muchas chicas. Pero ninguna como aquella chica de París. Con cada
movimiento que ella hacía Charlie se iba alejando cada vez más del mundo real.
El alcohol ya no intervenía, se había marchado para dejar sitio a reacciones
más puras y verdaderas.
Se acabaron los
dos cigarros, se levantaron, la chica sacó las llaves, y justo cuando se iba a
despedir de Charlie y a darle las gracias, el soldado de pelo imposible y roto
volvió a la carga con algo que en principio parecía que iba a alcanzar el
premio de Mayor Acto de Torpeza de la noche.
─Bueno, supongo
que tú tendrás a gente muy importante en tu vida, aunque ahora mismo no estén
aquí. Pero quiero que sepas que no voy a hacer ningún esfuerzo por olvidarme de
lo que ha pasado esta noche, aunque para ti no haya significado nada. Este es
mi número de teléfono. Quiero que lo tengas para que tengas presente que si en
cualquier momento necesitas cualquier cosa, yo estaré ahí, a unas pocas cifras
de distancia. Si alguna vez te pasa algo o necesitas algo, cáete encima de mí.
Solo por este rato de compañía que me has dado, solo por apenas decirme nada,
solo por todo lo que sin darte cuenta has provocado en mí hoy, espero que
cuando te haga falta te caigas encima de mí, porque te aseguro que yo haré todo
lo imposible por amortiguar la caída. Y por favor cree en todo lo que te he
dicho, y perdóname por todo lo que te he dicho.
Y no hubo más
respuesta que una sonrisa perfecta y auténtica, un punto muerto, y para
terminar, el que para Charlie fue el mejor abrazo de la historia.
Y Charlie se
marchó caminando deprisa. No entendía por qué andaba tan deprisa. Pero no podía
evitarlo.
Charlie nunca
tuvo respuesta de aquella chica. Sabía que no tendría respuesta.
Pero también
sabía que haría todo lo posible por no olvidarla. Sabía que nunca sabría que
aquella chica se llamaba Léa. Y sabía que a partir de aquella noche retomaría
una terrible y preciosa sensación que ya conocía: empezaría a echar de menos
algo que jamás ha ocurrido, algo que jamás ha sido.
Hacía muy buena
noche en Londres.
El Parque de Atracciones V, aquí.
El Parque de Atracciones IV, aquí.
El Parque de Atracciones III, aquí.
El Parque de Atracciones II, aquí.
El Parque de Atracciones I, aquí.