domingo, 15 de noviembre de 2015

Diez segundos

-¿Sabes una cosa? Si nos quedasen tan solo diez segundos te diría que saliésemos juntos por la puerta. Si nos quedase todo por delante te diría que salieses tú… Y si fuésemos inm…

-Ni siquiera sabemos si se puede abrir la puerta- le mira, y antes de seguir sonríe- Miras como si te hubieran estallado las pupilas.

- Solo te estoy mirando.

Sonrisas tontas, cada vez más reales. Miradas que no se aguantan.

-Imagina que solo puedes decir una cosa más. Y después callar para siempre.

-¿Tú qué dirías?

-Yo he preguntado primero.

-Quizás solo esperaría aquí sentado, contigo, hasta que realmente me estallasen las pupilas. 

O… hasta que escuchase cómo se… quiebran… mis costillas.
Alegría sin fuerzas. Tedio.

-Dirías algo.

Tripas que se retuercen esquizofrénicas.

-Solo podría pensar en eso justo antes de morir. Entonces… diría: ¿…vienes?

Sonrisas tontas, cada vez más reales. Miradas que no se aguantan.

-¿Y si fuésemos inmortales?


-Entonces desearía que nuestra inmortalidad durase tan solo diez segundos.

jueves, 27 de agosto de 2015

Todos queremos matar a... Guillermo: Lo difícil es empezar.

Lo difícil es empezar, como en todo. Empieza la Vuelta y el principio sabe a piel muerta después del final del Tour. Me quedé con ganas de gritar ¡que viva Colombia! en esa subida criminal en Alpe d’Huez. Lo difícil es empezar, y a veces empezar significa volver. Volver a las tardes de aire acondicionado, a las tardes de ciclismo ocupando el trono de la programación de verano. Me acuerdo de esto:


Si puedo intentaré incluso ver el Giro del año próximo, nadie va a parar esto ya. Cualquier sprint de Sagan, o incluso, los míticos finales de etapa de Óscar Freire, se quedan en nada.

Lo difícil es empezar, excepto cuando menos esperas empezar algo; entonces, empezar es fácil.

Lo difícil es empezar, y más cuando es “a taza caliente”.

Difícil es empezar Cuatro amigos, de David Trueba, como cualquier comienzo con demasiadas expectativas. Acabé y recordé una vez más lo que significa ser invadido brutalmente por una historia. Muerto de risa y llorando de emoción, como en todos los grandes finales que justifican cualquier comienzo difícil. Leía el libro y me acordaba de esto, cómo no:



Vale, vale, ya paro con Primos. Y ahora escribo esto y recupero estos fragmentos del libro:

A lo mejor es la edad. 
─Ni hablar. El otro día leí en el periódico que ahora la adolescencia dura hasta los veintiocho. 
─No, Blas─ le dije─, la juventud termina el día en que tu jugador de fútbol favorito tiene menos años que tú.
Ahora lo difícil es seguir, y con uno ya me he cansado. Hay algunos más, pero son demasiado míos, por eso va a ser mejor dejarlo en el comienzo:
Siempre he sospechado que la amistad está sobrevalorada. Como los estudios universitarios, la muerte o las pollas largas. Los seres humanos elevamos ciertos tópicos a las alturas para esquivar la poca importancia de nuestras vidas. De ahí que la amistad aparezca representada por pactos de sangre, lealtades eternas, e incluso mitificada como una variante del amor más profunda que el vulgar afecto de las parejas. No debe de ser tan sólido el vínculo cuando la lista de amigos perdidos es siempre mayor que la de amigos conservados. El padre de Blas solía decirnos que la confianza en los otros era un rasgo del débil, pero claro, cualquier asomo de humanidad era para él poco menos que una mariconada. Coronel en la reserva de consentida inclinación nazi, no concedíamos demasiado valor a sus opiniones. En el fondo sonaba más sabio lo que un tirado en una taberna nos gritó un día: “Yo a mis amigos no les cuento mis penas; que los divierta su puta madre.” La amistad siempre me ha parecido una cerilla que es mejor soplar antes de que te queme los dedos y, sin embargo, aquel verano no habría podido concebir los días sin Blas, sin Claudio, sin Raúl. Mis amigos.
Escuché esta frase el 22 de agosto, a las ocho menos veinte de la tarde:
“Cien monjas no valen lo que vale una cortesana”.
No recuerdo a quién, pero la consideré digna de perderse entre mis notas del móvil, y de recuperarla aquí.

Lo difícil es empezar porque muchas veces empezar significa acabar con lo anterior. En cualquier caso. Empecemos lo que toca como empiezan las ligas los líderes de las primeras jornadas, y acabemos como los grandes equipos.

Jabois decía Irse a Madrid, y yo digo que irse no sé, pero volver, al menos esta vez, parece que no pinta mal. Sol y viento. Vengo oliendo a mar, a sidra, a vaca, y me viene esta canción:



Lo difícil, por encima de todo, ha sido empezar con estas notas sin tener ni puta idea de cómo empezarlas.


Puedes decir por ahí que esto es para ti, por ser joven y marchoso.

viernes, 7 de agosto de 2015

Nunca

Y nunca podré ya deshacerme de mí mismo
ni, jamás, arrancarme de nuevo la piel a tiras
pero quisiera, talvez,
                      mañana
volver por un instante a ser
la piedra joven, la maleza gris
o la raíz abrupta de un campo yermo.

Y gritar.

No me atrevo a pedir ser grito
como aquella vez perdido en la sombra
de mil pies de musgo y morfina.
Hoy no, talvez
            mañana
pero hoy es, también, desde ayer
hoy desde siempre
y desde siempre trago ardores
y desde siempre no los siento
pero quisiera, talvez,
                      mañana
caer por un instante en las brasas
de los ojos de un ciego despiadado
o ser por un momento la piel del elefante.

Y olvidar.


A.S.V.

domingo, 31 de mayo de 2015

El Parque de Atracciones XI / ♫The Beatitudes - Kronos Quartet



Últimamente, cuando intento no pensar en nada, pienso por qué lo llamamos El Parque de Atracciones. Lo sugirió Charlie, recuerdo perfectamente ese momento. No dio motivo ni explicación alguna, pero a los dos nos gustó, y no pensamos nada más.
Desde entonces he creído que esa revelación aparentemente espontánea llegó a la mente de Charlie como la conceptualización de algo más complejo. Él no se dio cuenta, y quizá sí fue una revelación absolutamente espontánea y sin posible justificación, pero yo no he podido dejar de pensar que detrás de ese nombre había un porqué. Una razón que se escondía en el subconsciente de Charlie, y que yo intentaba arrancar del mío.
Llevo mucho tiempo pensando demasiado y no puedo estar más agotado. Me he sometido a constantes palizas físicas y mentales que no llevaban a ninguna parte. Hoy las veo como un cruel y macabro proceso de purificación que, extrañamente, ha dado cierto resultado.
Por eso, ahora que todo lo que tenía ha desaparecido, ahora que estoy vacío, ahora que esa felicidad artificial de la que presumía, y por la que sufría a la vez, ya no sirve para nada, ahora debo hacer algo.
Sé que seguiré escribiendo. Es lo único que sé con seguridad ahora mismo. Escribir es lo único que puedo asegurar que seguirá conmigo.
Las personas. Hay personas que solo duelen. Solo se dejan ver a veces, solo son pensadas; y tanto cuando uno las piensa como cuando las ve, duelen muchísimo.
Cuando se incendia un establo, los caballos, por miedo al fuego, reaccionan quedándose muy quietos. El miedo les paraliza. Los caballos, por culpa del instinto, no quieren saber qué ocurriría si intentasen salir del establo.
A mí el miedo me ha paralizado durante mucho tiempo. Me he cargado de excusas que me daban permiso para no hacer nada. Excusas que, como todo lo que las rodeaba, ya no tienen sentido (si es que alguna vez lo tuvieron). Gracias a ellas me he alejado de Emma todo lo que podía; todo lo que no quería.
He descubierto cómo la incertidumbre puede convertirse en la más cruel de las torturas; incluso cómo se puede llegar casi a morir de incertidumbre. La resurrección consiste en comprobar, con el paso del tiempo, que todo estaba dicho desde el momento en que uno creía que apenas se había dicho nada. La resurrección consiste en comprobar que las personas que habían dolido tanto durante tanto tiempo, de pronto empiezan a dejar de doler. Se cierra la historia de Emma, la historia que nunca fue porque probablemente nunca debió ser.
Tras varios días sobrio, puedo decir que nada de lo que ha ocurrido en mi vida en los últimos años tiene demasiado sentido. Han sido unos años gravemente adulterados por millones de cosas que no hacían más que funcionar como respuestas a preguntas que no conocía.
Nunca acabé con todo gracias a quienes me salvaban la vida todos los días; gracias a quienes daban sentido a la continuación de mi existencia, por ridícula que haya podido ser en ocasiones. Y han sido ellos precisamente los que, marchándose, me han obligado a despertar.
Por eso solo me queda olvidar fatigas, alegrías vacías; olvidar decepciones y sufrimientos. Me queda darme cuenta de que todo es mucho más… mucho menos de lo que nos gusta creer.
Ejercer la vida, sabiendo que lo que le da sentido está demasiado escondido como para sufrir por ello todos los días. El miedo, la angustia, las lágrimas, los coches chocando, las palabras y los besos a destiempo. Aprender a lidiar con la levedad de todo aquello que esconde lo que nos hace seguir adelante. Debemos aprender a sonreír.
Y con esto, ya solo queda dar por terminado este diario.

Supongo que nada fue más que un mal sueño.



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viernes, 29 de mayo de 2015

El Parque de Atracciones X / ♫Three Little Birds - Bob Marley

Atrapado. La palabra que explicaba la situación de Charlie tras la muerte de Albert, tras el fin de El Parque de Atracciones.
Has convertido Londres en los bajos fondos del mundo. Bajos fondos por cuyas columnas chorrean ilusiones rotas y vidas abandonadas. Tú ríes, pero nadie más ríe a tu alrededor.
Mentira. Hace muy poco empezaste a reír un poco menos. Enfocaste la vista y miraste al futuro por un diminuto agujero, por un diminuto instante. Miraste y solo viste escalofríos. Viste muchas nubes, mucho frío, y ni una sola sonrisa consciente de ser sonrisa.
Albert desapareció y empezaste a reír un poco menos, porque despertaste. Tu mente se había escapado mucho tiempo atrás, y tú conseguiste atraparla y sentarla en una silla. Cómo un mundo construido en muy pocos años se viene abajo en muy pocos segundos. Cómo todo hace que desaparezca todo. Cómo una vida pierde el sentido artificial que le habían dado unas cuantas sustancias y unas cuantas y muy diversas artificialidades. No tiene sentido llenar algo con cosas vacías. Os olvidasteis de lo importante en un momento en que lo importante era más importante que nunca.
Por eso has de salir de ahí, Charlie. Necesitas otra cosa. Necesitas limpiarte, y todo lo que tienes cerca está sucio. Escapa de aquí. Deja de mentirte y tírate por la ventana.
Recuerda a Wes como recordarás a Albert cuando te invada la nostalgia. Recuerda todas las veces que os salvasteis la vida. Recuerda todas las risas que salían de vuestras gargantas y que volaban a vuestro alrededor, ajenas a todo.
Recuerda que a partir de ahora solo se trata de aprender a no caer.
Recuerda que serás lo que debas ser, o no serás nada.
Presiona para grabar, suelta para enviar.
“Wes, me voy de Londres. Me voy muy lejos pero no puedo decirte dónde. No puedo porque creo que no debo decírtelo. No sé por qué no he querido despedirme en persona. Supongo que no quería interrumpir el impulso de esta necesidad que creo que es la más grande que he tenido nunca. Creo también que apenas tenemos nada que decirnos. Los dos lo sabemos todo. Todo está dicho, pensado y demostrado muchas veces. (Risas) En el taxi que he cogido han sonado ‘los tres pequeños pájaros’; eso solo puede ser buena señal. Sé que acabaremos saldando todas las deudas y todo irá bien, al menos durante algún tiempo que, sin duda, será más que suficiente. Y nada más soldado, solo que ya sabes: ten cuidado, pide perdón, da las gracias… y corre a por Emma, insensato. Hasta la vista”.


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miércoles, 27 de mayo de 2015

El Parque de Atracciones IX / ♫White Blank Page - Mumford & Sons

─Leí hace días que si las ciudades tuviesen sexo, Londres sería un hombre, París una mujer, y Nueva York una transexual bien adaptada.
Wes rió un poco.
─Sí, Londres es un hombre con un ego desmesurado.
─Un hombre que muy posiblemente fume cigarrillos Dunhill y beba whisky a deshora.
Empezaba la primavera y el frío iba desapareciendo de los atardeceres.
Sentados frente a frente, cada uno de ellos como quien lee a la sombra de un árbol, apoyaban sus espaldas en las bases de dos columnas en Burlington Gardens.
─Necesito nacer en los años cuarenta para poder enamorarme de verdad.
─¿Y por qué en los años cuarenta?
─En 1942 nació Jean Shrimpton.
─Puedes buscar a una Jean Shrimpton ahora. Si existía una en los años cuarenta, no es raro que hoy exista otra.
─No sé. Creo que eso que has dicho es una contradicción en sí misma. Me gustan las tetas pequeñas. Jean Shrimpton tenía las tetas pequeñas.
─A mí también me gustan.
─Pero creo que no les hacemos justicia llamándolas solo “tetas pequeñas”. “Tetas pequeñas” quiere decir tetas discretas, elegantes, casi tímidas... Incluso diría que las tetas pequeñas ni siquiera tienen por qué ser necesariamente pequeñas.
─Es verdad. Hay tetas grandes, o normales, que tienen ese mismo carácter.
─Justo esa es la palabra; son tetas con carácter, o mejor, tetas con personalidad. Ni pequeñas ni grandes, sino con personalidad.
─¿No serán las chicas las que tienen personalidad?
─Sí, chicas con personalidad y tetas con personalidad suelen ser complementarias. Sí, tiene sentido. Las tetas de Jean Shrimpton eran perfectas. Esa es la palabra para las tetas: perfectas. Pero ella era mucho más que eso; era pura proporcionalidad.
─Porque todo es cuestión de proporciones, ¿verdad?
─Absolutamente todo.
Las ojeras de Wes llevaban muchos días arrastrándose por el suelo. Pero la angustia y la apatía parecían haberle dado una tregua esa tarde.
─Es difícil pensar en tetas y no sonreír. Cuando digo tetas no me refiero a almacenes con estanterías llenas de tetas. Me refiero a pensar en las de una persona concreta. Recordar o imaginar a una chica y recordar o imaginar sus tetas. Creo que, definitivamente, las tetas son de lo más maravilloso que hay en el mundo.
─Sí, seguro que lo son.
Londres aguantaba el brillo amarillento del final de un espléndido día de marzo. Los ojos de Wes y los ojos de Charlie parecían contener, contenían, millones de emociones intensísimas y contradictorias, y a la vez transmitían que esas emociones les regalaban, temporalmente y sin explicación alguna, un momento de gran serenidad. La gran serenidad era estar sentados en unas escaleras de piedra, fumando, hablando banalidades. Justicia. Compasión. Necesidad.
─Tengo la sensación de que aceleramos cada vez más y no tengo ni idea de hacia dónde. Siento que aceleramos más cuanto más empeoramos.
─Ni se te ocurra pensar esas cosas. No podemos dejar que nuestro cerebro se acomode en una agonía perpetua que solo lleva a pudrirnos aún más. Piensa en este cigarro, en este rato, en el Támesis, en cada paso que das sin derrumbarte. Porque no podemos derrumbarnos a nosotros mismos. Era imposible que Albert se fuera sin dejarnos algo bueno. Y precisamente lo bueno que nos ha dejado es que se ha ido, porque ahora tenemos un motivo consistente para seguir avanzando. Debemos ir adonde quiera que tengamos que ir, pero siempre teniéndole presente, y siendo lo que somos, porque así es como tiene que ser.
Wes no pudo evitar que sus ojeras brillasen. En el fondo, no podía estar más débil. En el fondo, nada podía ir peor. La última tabla a flote era Charlie. Inmediatamente después de acabar de hablar con la voz entrecortada, también con los párpados humedecidos, Charlie hizo un breve silencio de recuperación y poco a poco dejó que se le escuchase susurrar.
Rise up this mornin', smiled with the risin' sun, three little birds, each by my doorstep, singin' sweet songs, of melodies pure and true, saying', "This is my message to you".
Los susurros se convirtieron en delirantes gritos rotos que cantaban esa canción sin motivo alguno. O al menos eso es lo que pensó Wes en un primer momento, anticipándose mal a sus propios sentimientos.
Charlie era optimista. No lo podía evitar. Uno de esos optimistas con motivos de sobra para ser pesimista. A Charlie le sobraban situaciones en su vida en las que podría haberse tirado por la borda, y sin embargo, ahí estaba, tirado en unas escaleras recitando con un tono oxidado, siguiendo el ritmo con golpes en el pecho, desde lo más profundo de su garganta.
─¿Sabes? A veces sueño que llama a mi puerta, y yo no abro porque creo que no lo merezco.
─¿Volvemos a hablar de tetas?
─Volvemos.
─Estoy seguro de que ella sonríe todos los días.
─Yo también.
─Y sabes que tú no lo haces.
─No, no soy lo suficientemente inteligente, supongo.
─No es inteligencia, es sencillez. Hazlo sencillo, hermano. Sencillo. Ya está bien. Ya está todo dicho. Ya está bien de puntos muertos, de pensar y de repensar. Prometámonos que los que vengan serán tiempos de hacer cosas, y no tanto de pensar o decir.
Charlie se puso en pie, agarró de las manos a Wes y le puso también en pie. Se tiró del pelo hacia arriba y después lo volvió a mezclar todo de forma imposible, como siempre.
─Hoy no abriremos. Ni hoy ni mañana. Ni pasado mañana, probablemente.
─Está claro Soldado Atkinson, está claro.
Para cualquier persona que no fuese Charlie, esa reacción de Wes, esa forma de despertar su propio mundo, no se podía justificar de ninguna manera. Pero no hubo problema, ya que era Charlie el único ser que acompañaba a Wes en ese momento.
─Espero poder decir dentro de mucho tiempo que mereció la pena.
─Yo también lo espero, y si no, será algo de lo que avergonzarnos con orgullo. Todos necesitamos hacer cosas de las que avergonzarnos dentro de mucho tiempo.
─Avergonzarnos con orgullo. Juraría que eso es lo que nos ocurrirá con la historia de El Parque. Nos avergonzaremos con orgullo de todas y cada una de sus noches.
Hablaban en un pasado excesivo de El Parque de Atracciones, y en un futuro aún más excesivo de lo que vivirían después de todo lo poco que llevaban vivido. Habían generado, una vez más, un vacío temporal en sus vidas. Un vacío que ellos tendían a tomar como un descanso pero que, peligrosamente, cada vez se parecía más a un tiempo de descuento, medido en sangre goteante.
─Cada segundo pienso una cosa distinta. No sé si deberíamos acabar con esto así.
─Las despedidas son una mierda, y esta lo será igual, ya sea ahora o dentro de cien años. Abrámoslo por última vez si quieres, pero solo para nosotros dos. Cogemos una botella de escocés, mucho hielo, mucha música y hasta que nos caigamos al suelo. Y mañana será otro día. Mañana será otra vida. De nuevo, hasta que salga bien. Hasta que, de una puta vez, no nos debamos nada a nosotros mismos.
Las ojeras de Wes llevaban muchos días arrastrándose por el suelo, aunque súbitamente, se habían difuminado un poco.
─Compro.
Charlie hablaba con una emoción desbordante que hacía que se ahogase al terminar cada frase. Él también estaba sobrepasado por las circunstancias. En realidad ambos llevaban años sobrepasados por muchas circunstancias. Pero Charlie controlaba mucho, controlaba de verdad; solo esa noche estuvo a punto de estallar, al mezclar demasiado dolor con demasiada euforia injustificada, pero necesaria.
Desórdenes fisiológicos desembocan en desórdenes mentales que desembocan en desórdenes emocionales que, aunque parezca imposible, pueden ser útiles en algunos momentos. Y aquella noche, Charlie consiguió resucitar a Wes un poco más.
El Parque de Atracciones se ha acabado, y sin embargo parece que Charlie y yo no nos agotamos nunca.
Es muy cierto que llevamos algún tiempo (seguramente demasiado) viviendo como si estuviésemos tirando de los restos de nosotros mismos. Eso reflejan nuestras caras.
El Parque de Atracciones se ha acabado pero el resto tiene que seguir. No sé ni cómo, ni hacia dónde, pero tiene que seguir.

Solo porque cuando esto se acabe tiene que quedar alguien que pague la cuenta.


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lunes, 25 de mayo de 2015

El Parque de Atracciones VIII / ♫Hope There’s Someone - Antony and The Johnsons

Después de todo este cuaderno sigue aquí. Cerrado, con un bolígrafo negro encima, perfectamente cuadrado con una de las esquinas del escritorio de mi habitación. Esta última frase la borraría si no fuese un obseso de la pulcritud caligráfica. El tiempo sigue pasando, yo sigo creyendo que no pasaré los treinta, como Balduino IV de Jerusalén. Él murió leproso, con grandes batallas a sus espaldas. Yo me iré con los órganos derretidos y con Charlie fumando sobre mi ataúd, seguro. Me encantaría poder jurar que acabaré de esa manera.
Sigo adelante, sin saber a dónde voy. Voy más allá, y ahora escribo que sigo adelante sin saber a qué me refiero. ¿Qué hay de nuevo en seguir bebiendo, seguir fumando y seguir con la sensación de que los pulmones se desangran inmediatamente después de cualquier esfuerzo insignificante? ¿Qué motivos hay para haber quemado esa voz angelical de niño criado en Belgravia y haberla convertido en un pozo de escombros chamuscados que no esconden más que miedo e inseguridades?
Nada. La respuesta para todo.
Los cementerios no tienen farolas. Y cuánto sentido tiene que no las tengan. En Londres brillaba un día extrañamente soleado, casi mediterráneo. Hyde Park era un infinito paisaje de llanuras que podían recordar a las del valle del Arno, y Park Lane un sendero encantador que hacía de frontera entre el campo abierto y el frondoso e imponente bosque de robles que era Mayfair.
Todo era maravilloso, y si no lo era, todo apuntaba a que estaba muy cerca de serlo. Mentira. Sucias mentiras. Ese día en Londres nunca podría ser maravilloso. No se daría en todo el día una situación en la que encajase la palabra ‘maravilloso’. Un día de marzo en el que cada inspiración suponía un esfuerzo sobrehumano, y cada espiración manifestaba clara intención de que acabase arrastrando mi cuerpo por el suelo, al no poder ni siquiera soportar el nimio esfuerzo de mantenerme erguido.
Lo más difícil de contar es siempre lo más importante.
Albert empezó a crecer en el Londres de entreguerras, tras haber abandonado Irlanda junto a sus padres con apenas unos meses de vida. Ese viaje, que ha de entenderse como un exilio o destierro voluntario, fue sin lugar a dudas el germen de su amor y sentimiento de deuda con Inglaterra. Nunca volvió a Irlanda.
 Empezó a trabajar a los catorce años, en un pequeño bar cerca del Támesis, en Northumberland Ave. Fue desde ese momento un Oliver Twist agazapado entre los trajes a medida de la clase alta londinense. Siempre contaba ese olor a tabaco, el rústico y curtido aroma de las pintas, los whiskies, el sudor, la concentración, la lana de los abrigos, la madera meticulosamente barnizada que cubría las paredes. Nunca fue tan feliz como en aquel lugar. Dormía en un cuarto diminuto, en el que se alcanzaba la cama dando un solo paso desde la puerta, y que no contaba con nada más, excepto una mesa, una silla y una pequeña lámpara.
Inglaterra llegó al año 1945 con Churchill fumando puros, prediciendo el futuro en Crimea, y con Albert saliendo del agujero. Las cenizas de esos seis años quedarían para siempre en la memoria del mundo, pero no en la de Albert. Muchos le habían preguntado muchas veces, y nunca dijo nada más que algo parecido a esto: “Fue como estar encerrado en un agujero en el que no te podías tumbar, ni sentarte, y tampoco podías ponerte en pie”. Punto y final. Eso fue todo lo que le escuché hablar. Albert había intentado construir a su alrededor un mundo amable y calmado, que jamás significó huir de los problemas, pero sí una renuncia al pesimismo, a la amargura, al fatalismo, a las grandiosidades. Renunció a toda exaltación, a toda euforia, y se vendió honrada y honestamente a una vida tranquila en la que tenía la suerte de depender de él mismo para sobrevivir.
Se casó muy joven. Con 22 años se casó, abrió el Epsom Straight y se dejó barba. Sí, Albert estuvo casado.
Se llamaba Hannah. Era preciosa. Yo no la conocí, pero Albert sí, y tanto él como las fotos que él guardaba de ella, me dijeron siempre que era preciosa. Murió en el parto, junto con el primer hijo de Albert. Yo conocí a Albert más de cincuenta años después de todo aquello.
Albert nunca fue oscuridad. Por eso no tiene sentido que yo sienta oscuridad pensando en él. Albert se ha ido tras vivir con cuidado, pidiendo perdón y dando las gracias siempre que la ocasión lo había merecido.
Pienso en él y me da vergüenza no poder dejar de pensar en Emma en un momento así.
Al fin y al cabo yo sigo aquí. Y todo lo demás sigue a mi alrededor.
Creo que nadie me enseñará nunca tanto como Albert. Nos regaló una filosofía de vida. Nos regaló incluso su propia vida en muchas ocasiones. Nos dijo que siempre llevásemos chaqueta los domingos, que siempre llevásemos los zapatos impecables, que viviésemos con poco. Nos enseñó el arte de arrepentirse, o el arte de la humildad, que es el mismo.
Escribo esto para aliviar el dolor, y creo que no funciona. La muerte de Albert me hace pensar en la mía. Me persigue, y creo olerla demasiadas veces. Necesito salir a la calle. Charlie no sabe que tiene que ser el ansiolítico de todo esto. Charlie, ahora mismo, debe ser para mí la hidroxicina más potente del mundo. No puedo evitar pensar que a partir de ahora nada podrá ir a mejor. Todo se perpetuará hasta que el mundo no nos aguante más. Hasta que llegue el momento en el que realmente saboreemos la nada más despreciable y nos demos cuenta de que de la vida no se cura uno nunca, y de que la muerte, en demasiados casos solo es un mal remedio.

Me duelen los dedos.


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domingo, 24 de mayo de 2015

El Parque de Atracciones VII / ♫Lookin’ Better Every Beer - Stray Cats

Sentados en un banco a la orilla del Támesis, cerca del Tower Bridge, mientras amanece, muertos de hambre.
Calma tu espíritu.
¿Qué?
Abre la botella.
Podríamos ser portada del Times un triste día de agosto. Aquí, sentados. O el póster de una película con mucha droga.
Charlie dio un trago.
Y de repente abrirás los ojos y te verás rodeado de manos cargadas de hipocresía, esperando a que tropieces, a que te asomes al pozo más profundo. Colocarán al fondo el diamante más brillante del mundo y esperarán a que bajes a por él.
Cállate ya, por favor.
Los dos soldados seguían sobreviviendo en Londres. Sorprendentemente, El Parque de Atracciones llevaba vivo más tiempo de lo que nadie habría imaginado, y Wes y Charlie seguían deambulando por Londres todas las mañanas, como dos gatos narcotizados.
Imagina que el mundo desaparece mañana, que empiezan a llover bombas y todo se hunde, pero alguien ha decidido que tú te salves. Y puedes salvar contigo algunas cosas y a algunas personas. No te dan un número exacto pero tienen que ser muy pocas cosas y muy pocas personas. ¿Qué harías?
Wes tomó en serio todo aquello, porque estaba muerto de hambre.
Creo que a estas alturas de la vida tú podrías responder por mí a esa pregunta. Yo sin embargo, no tengo la menor idea de lo que harías tú.
Charlie sonrió con lo primero que le dijo Wes, pero lo segundo le desconcertó, y sintió como si Wes, de un golpe, hubiese dejado sus entrañas al descubierto. Porque era cierto que sabía lo que Wes elegiría, pero no era capaz de imaginar lo que haría él en esa apocalíptica y metafórica isla desierta.
Yo creo que tú te has imaginado esa situación muchas veces, y ya te has construido tu mundo ideal, por si acaso.
Yo creo que tengo bastante claro lo que pediría. Y no sé, entiendo que nunca lo hayas pensado. Yo siempre he defendido la vida que llevamos, pero también he pensado muchas veces que si me ofreciesen una segunda oportunidad, la cogería sin dudarlo un segundo. Por inseguridad, supongo. Esa es la diferencia. Tú nunca has creído necesario el tener una segunda oportunidad porque has cumplido contigo mismo.
Puede ser. Desde que empezamos a vivir así, sé que mi progreso, mi evolución, o como quieras llamarlo, va por esta línea, por la línea que estoy construyendo y que estoy siguiendo. Y no sé si es lo mejor, ni sé si acabará bien o mal, pero siento que tiene que ser así, y no me planteo lo que hubiese pasado si… No, eso nunca.
Me encanta que hagas eso; que no te plantees que haya una forma de vida supuestamente mejor, que defiendas que cada uno vive como tiene que vivir, haga lo que haga.
Y no me importa que las personas no piensen así. También creo que si tuviese menos neuronas muertas y la mente menos nublada, pensaría de otra forma. Pero repito lo mismo, si pienso así, creo de verdad que es porque no tiene que ser de otra manera.
Dio un par de caladas, como si del cigarro sacase energía y fuerzas para seguir hablando
Y tú entonces, ¿qué?
No sé. Me gusta oírte decir esas cosas. Estaría bien que la gente que piensa que tienes el cerebro muerto, y que no puedes juntar dos palabras con sentido, te escucharan hablar así.
Yo creo que estaría bien que la gente pensase más en estas cosas. No en las tonterías de ‘¿Qué harías si todo desapareciese y pudieses pedir tres deseos…?’, sino en que las cosas no duran para siempre y que hay que identificar las cosas que para uno son importantes e intentar conservarlas.
Charlie nunca hablaba así. Wes tomó en serio todo aquello, porque estaba muerto de hambre.
Sí, tienes razón. No se habla suficiente de estas cosas.
Porque vivimos muertos de miedo. Y cuando nos reímos, nos reímos de los nervios.
Charlie dio una larga calada a su cigarro tras decir aquello, para darle solemnidad, y tras soltar el humo ambos empezaron a reír casi en silencio.
Imagina cómo sería ese final. No lo imagines con explosiones y grandes llamaradas. Imagina lo que podría ser escuchar ese final con los oídos taponados. Los edificios derrumbándose, ese estruendo sonando como cantos gregorianos.
Vale déjalo, cambiemos de tema. Creo que nunca apreciamos lo suficiente la luz de las mañanas de Londres.
Por favor, cuando sueltas frases como esas parece que te has escapado de un cuento de Beatrix Potter.
Lo que tú quieras, pero es verdad.
Charlie hacía bailar su mechero entre los dedos de la mano izquierda y apoyaba su mano derecha en una cerveza.
Solo sentándonos aquí, tengo la sensación de que vamos a matar al río de sobredosis. Como si fuésemos radiactivos desde anoche.
Toda la noche comiendo, y aún así, seguiría comiendo ahora.
Yo estoy muriendo. Me va a implosionar el estómago si no le doy algo.
¿Quieres? Es la última.
No, ahora no tiene ningún sentido.
Lo que tú digas.
Charlie se llevó la mano al bolsillo, volvió a agarrarse a la botella, le dio un trago largo, la tiró al río (“…por el bien de todos”), encendió un cigarro, le dio otro a Wes, Wes lo encendió, se puso en pie, tiró del brazo de Charlie y echaron a andar. Se marcharon sin haber hablado mucho, pero habiendo dicho muchas cosas.

Estaban muertos de hambre.


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jueves, 21 de mayo de 2015

El Parque de Atracciones VI / ♫Tarantino - Russian Red

Febrero. Frío. Los hijos de la City se refugiaban en el Parque de Atracciones, como cada viernes. Charlie ya había ido tres veces al baño y solo eran las doce. Quedaba la mitad de la noche. Seguiría taladrándose el hígado hasta echar el cierre. El humo del Parque se masticaba y Charlie se quitó la camiseta. Se dejaba ver el tatuaje grabado en su hombro […]. Su cuerpo era un suspiro. La imagen de una campaña de lucha contra la anorexia. Trevor Reznik con principios de barriga patrocinada por Heineken. Y todo a pesar de comer como un musulmán las noches de Ramadán. Y bebía. Bebía. Bebía de forma enfermiza. Sufría ataques de alcoholismo severo algunas noches, y esta era una de ellas.
Charlie se estaba sirviendo una copa. Su cuerpo y su cabeza le pesaban trescientos kilos, pero estaba consciente. No, en serio, realmente estaba consciente. Y levantó la cabeza para saber de quién era esa voz que pedía cerveza tímidamente, como intentando no ser escuchada.
─Ya no es hora de tomar cerveza. Lo mejor ahora sería un jägerbomb. Dinamita para la garganta y para los malos pensamientos.
Aquella chica no era de Londres. Nadie pedía así en Londres, con esa timidez, esa insegura buena educación que provoca el miedo a lo nuevo, a lo desconocido. Nadie pedía nunca así en el Parque de Atracciones. Esa chica nunca había estado allí.
Charlie levantó la mirada y el ruido del local desapareció. Y a partir de ese momento para él solo existía esa voz de preciosos ojos marrón básico que pedía cerveza.
─Pero quieres una cerveza.
─Sí, por favor.
Duelo de miradas. Duración: 2 segundos. Resultado: empate incómodo.
─Tú no eres de Londres.
─¿Cómo lo sabes?
─Porque creo que nunca he escuchado a nadie hablar así en Londres.
─¿Y cómo hablan aquí?
─No sé, nadie es tan amable, al menos en este bar. Además tu acento es extraño.
─Pues sí, soy francesa, de París. La capital de la mala educación y la soberbia.
Charlie no esperaba una sentencia así tan pronto. Ni esperaba esos ojos marrones que le miraban con las pupilas dilatadas, y contra los que volvió a luchar durante cinco silenciosos e intensísimos segundos.
─Seguro que hasta hace muy poco tú tenías a alguien esperándote en casa. De hecho a lo mejor sigue ahí. Tienes cara de haber tenido a alguien esperándote en casa durante mucho tiempo.
─¿Y qué cara es esa?
─No es solo una cara. Es una cara y un cuerpo con ropa y maquillaje de becaria de la City, sentada delante de la barra de un bar del centro de Londres un viernes por la noche. E incluso puede que esa becaria, sin saberlo, haya elegido el mejor bar de la historia de Londres para entrar y pedir una triste, pero también deliciosa, cerveza.
─Demasiada información como para no tener fallos.
─Tienes razón, no vas maquillada.
─Correcto.
─Punto para mí. Y para ti, por cierto. ¿Y por qué estás aquí sola?
─Porque llevo aquí apenas un mes y no conozco a nadie.
Reacción inmediata de asesino de neuronas:
─No suelo decir estas cosas pero, ¿me esperarías hasta el cierre? Menos de una hora.
─¿Cuánto menos?
─Media hora como mucho.
─Lo siento, me tengo que ir ya.
─Vale pues entonces yo también.
─Acabas de decirme que te espere hasta el cierre.
Charlie se abalanzó sobre la barra hasta quedarse un palmo de aquella parisina, que a cada palabra demostraba estar alejada de cualquier tópico.
─Mira, ahora mismo, si tú te tienes que ir yo también me tengo que ir. Hay muy poca gente en la calle y no quiero que te vayas tú sola ahora. Londres puede ser muy miserable a estas horas. Ahora mándame al infierno o déjame acompañarte.
Wes había visto toda la acción a través de los barrotes del piso de arriba, donde controlaba la música. Una escalera de caracol metálica comunicaba esa cabina con la zona de la barra. Wes imaginaba cuál sería el desenlace y por eso bajó las escaleras para encargarse él del cierre. Porque Charlie ya tenía cosas de las que encargarse. Y porque Wes sabía que Charlie haría lo mismo por él. Le dejó pasar para que saliera de detrás de la barra y antes de dejarle ir le agarró del brazo y se acercó a su oreja.
─Ten cuidado, da las gracias, y al final piensa si debes pedir perdón.
Charlie escuchó aquello y rió en silencio, y se despidió de Wes con una palmada en la espalda, y desapareció entre la fauna del Parque de Atracciones.
La chica esperaba fuera del local. Charlie pensó por un momento que, sin decírselo, había optado por mandarle al infierno. Pero esperaba fuera del local, apoyada en la pared.
─¿Dónde tienes que ir?
─Quiero ir a mi casa.
─¿Dónde vives?
─Cerca de King’s  Cross.
En realidad, Charlie sí había bebido demasiado como para hacer algo de provecho esa noche. Intentaba disimular y lo conseguía. Pero sus pupilas cada vez se dilataban más. No estaba fumando, pero sentía que alguien le exprimía los pulmones con las manos. Un intento macabro de asfixia. Asfixia mental. Karma. Lo que fuese. Pero Charlie tenía sus prioridades claras aquella noche.
─No me gusta coger el metro a estas horas. No quiero que tú estés en el metro a estas horas. Llámalo sobreprotección si quieres.
La chica intentaba recordar si alguna vez en su vida había vivido algo así. Intentaba recordar si había conocido a alguien como Charlie. Cada frase hacía que su cabeza volase a mil sitios diferentes en un segundo. Nada de lo que estaba pasando tenía mucho sentido pero su curiosidad quería saber cómo acabaría todo aquello.
─Yo tampoco pensaba coger el metro.
─Bien, pues vamos a buscar un taxi.
No hizo falta dar más de dos pasos para que un taxi se dejase ver acercándose a la puerta del Parque de Atracciones. Todo aquello parecía haber sido ensayado; todo menos el estado del hígado de Charlie, al que a pesar de todo, le apetecía que ocurriese todo lo que estaba ocurriendo.
─Buenas noches, por favor, ¿nos podría llevar a la estación de King’s Cross?
Charlie podría ser cualquier cosa, pero siempre que tenía oportunidad, demostraba que en lo más profundo de sí mismo, en esa categoría escondida de su personalidad, cumplía con el tópico de la educación y los buenos modales de exalumno de Eton. Daba igual en qué estado mental se encontrase. La educación siempre iría por delante. “La educación no es buena o mala, simplemente está presente o no lo está, y eso se demuestra cada día”. Una de sus máximas.
─En camino muchacho.
─Muchas gracias.
Viajar en coche mientras el alcohol viaja por la sangre mezcla de forma radiactiva sufrimiento y placer. Volar en una nube mientras te desangras es una buena forma de explicar lo que Charlie sentía sentado en uno de los asientos de atrás de aquel taxi.
Su cuerpo temblaba un poco. Por el frío, por su nervio natural, y por todo. Con su mano derecha estrujaba la izquierda para frenar reacciones que se quedaban a un paso de convertirse en espasmos. Parecía que nada iba bien, pero la presencia de aquella chica a su lado aplastaba la revolución químico- tóxica que su organismo estaba generando. Y entonces todo iba bien. Y empezó a ir mucho mejor cuando el señor taxista, de acento escocés, desapareció.
─Entonces, ¿te espera alguien en casa?
─No.
─¿Qué estás haciendo en Londres
Tímido amago de carcajada nerviosa.
─No lo sé. De momento intentar sobrevivir. Con eso me vale.
─Yo nací aquí, y llevo intentando sobrevivir desde que nací. Así que no te preocupes. Es muy difícil vivir en esta ciudad, hay demasiadas cosas; buenas y malas. Demasiadas cosas. Yo creo que al final todo se reduce a sobrevivir. Todo lo hacemos por sobrevivir, incluso todo lo que incluimos en esa difusa y absurda nube de cosas a las que la gente llama “vivir la vida”. Creo que solo los niños viven. Se vive hasta que empiezas a darte cuenta de cuáles son las cosas más importantes, las cosas que cimientan la existencia de uno, y te das cuenta porque te faltan, porque no las tienes. Te das cuenta de que, afortunadamente, hay muy pocas cosas importantes, y también te das cuenta de que esas cosas no son cosas en sí. A esas cosas no se las denomina cosas. Y en eso estamos todos. Conscientemente o inconscientemente, da igual. Todos tenemos eso en la cabeza. Unos huyen sin darse cuenta, y “viven la vida”, y otros se enfrentan a las cosas, sufren y sobreviven, intuyendo y descubriendo cada día y cada minuto que casi todo lo que les rodea es accesorio, y que sobrevivir no solo implica cosas negativas. Y básicamente es eso. Yo soy consciente de esto, si es que tiene algún sentido, y tú tienes cara de ser consciente también, pero seguro que en tu caso tampoco tiene sentido ─ cinco segundos de silencio ─. Dos conscientes sin sentido han llegado a King’s Cross.
Palabra de Charles Robert David Addley. No perdón, palabra de Charlie. Palabra del hígado infecto de Charlie. Palabra de la garganta chamuscada de Charlie. Palabra de las torturadas cuerdas vocales de Charlie.
"No creo que la vida sea absurda. Creo que todos estamos aquí con un gran propósito, y creo que nos estremecemos por la inmensidad del propósito por el que estamos aquí". NORMAN MAILER
─¿Has bebido mucho?
─Supongo que más de lo que se debe beber.
─¿Pero te encuentras bien?
─Sí, tranquila.
Hablaban los dos ya fuera del taxi. Habían bajado a escasos dos metros de donde vivía la chica. Eran cerca de las dos, y se sentaron en las escaleras que había antes de llegar a la puerta a fumar un cigarro. La chica no parecía muy acostumbrada a fumar, pero sí parecía disfrutarlo. Ese pequeño homenaje que uno decide hacerse a sí mismo de vez en cuando, ese homenaje que en su caso era fumarse un cigarro.
Y para Charlie fue uno de los mejores momentos de su vida. Había visto fumar a muchas chicas. Siempre decía: “Ver fumar a una chica es uno de esos momentos de los que merece la pena ser testigo, y mucho más si la única persona que acompaña a la chica mientras fuma es uno mismo”.
Charlie y Wes tenían ya gran experiencia en ese nivel de frases estúpidas. Y todo lo que tenían de estúpidas lo tenían también de sinceras.
Había visto fumar a muchas chicas. Pero ninguna como aquella chica de París. Con cada movimiento que ella hacía Charlie se iba alejando cada vez más del mundo real. El alcohol ya no intervenía, se había marchado para dejar sitio a reacciones más puras y verdaderas.
Se acabaron los dos cigarros, se levantaron, la chica sacó las llaves, y justo cuando se iba a despedir de Charlie y a darle las gracias, el soldado de pelo imposible y roto volvió a la carga con algo que en principio parecía que iba a alcanzar el premio de Mayor Acto de Torpeza de la noche.
─Bueno, supongo que tú tendrás a gente muy importante en tu vida, aunque ahora mismo no estén aquí. Pero quiero que sepas que no voy a hacer ningún esfuerzo por olvidarme de lo que ha pasado esta noche, aunque para ti no haya significado nada. Este es mi número de teléfono. Quiero que lo tengas para que tengas presente que si en cualquier momento necesitas cualquier cosa, yo estaré ahí, a unas pocas cifras de distancia. Si alguna vez te pasa algo o necesitas algo, cáete encima de mí. Solo por este rato de compañía que me has dado, solo por apenas decirme nada, solo por todo lo que sin darte cuenta has provocado en mí hoy, espero que cuando te haga falta te caigas encima de mí, porque te aseguro que yo haré todo lo imposible por amortiguar la caída. Y por favor cree en todo lo que te he dicho, y perdóname por todo lo que te he dicho.
Y no hubo más respuesta que una sonrisa perfecta y auténtica, un punto muerto, y para terminar, el que para Charlie fue el mejor abrazo de la historia.
Y Charlie se marchó caminando deprisa. No entendía por qué andaba tan deprisa. Pero no podía evitarlo.
Charlie nunca tuvo respuesta de aquella chica. Sabía que no tendría respuesta.
Pero también sabía que haría todo lo posible por no olvidarla. Sabía que nunca sabría que aquella chica se llamaba Léa. Y sabía que a partir de aquella noche retomaría una terrible y preciosa sensación que ya conocía: empezaría a echar de menos algo que jamás ha ocurrido, algo que jamás ha sido.

Hacía muy buena noche en Londres.

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