Muchos de
ustedes ya conocerán el final de la velada, pues ha aparecido en numerosos
periódicos y aún hoy, salen a la luz periódicamente recordatorios de los
hechos. Me refiero, en efecto, al incidente de Filippo con su admiradora.
Como pueden imaginar, no soy un fiel testigo
de los hechos. Aún en una situación semejante no podía evitar que mi cabeza
estuviese en otra parte. La imagen de Pietro y Margarita saliendo juntos del
local me obsesionaba y ni siquiera unos hechos tan graves podían arrancármela
de la mente. Aún hoy, tantos años después, me reprocho mi actitud en aquellos
momentos.
Esto es lo que recuerdo: Había pasado aproximadamente
una hora desde que Pietro y Margarita se fueran. Tras ellos había salido la
pareja y el grupo de amigos se había ido dispersando. Hacía tiempo que era de
día cuando salimos a la calle. Estábamos Marcello, Nicoletta, Mateo, Filippo,
la mujer y yo. Era una mañana fría y la calle estaba desierta. Aún chispeaba.
Los recuerdos resultan bastante confusos,
debido en gran parte a la rapidez del suceso. Íbamos apoyados los unos en los
otros y el exceso de alcohol nos hacía hablar con un tono de voz seguramente
más alto de lo habitual. En medio del barullo de las risas y las conversaciones
cruzadas se fue destacando la voz de Filippo. Todos nos detuvimos y lo miramos.
Discutía acaloradamente con la mujer, que intentaba agarrarlo y cuyo rostro se
encontraba más cerca del suyo de lo que era normal. De pronto los movimientos
comenzaron a ser extrañamente bruscos, como de forcejeo. Mateo hizo ademán de
acercarse a separarlos y un segundo después la mujer corría calle abajo hasta perderse entre las calles
de Florencia y Filippo se encontraba arrodillado, abrazando su propio cuerpo y
doblado sobre sí mismo. Nos quedamos clavados, incapaces de movernos, viendo
como el pecho de mi amigo subía y bajaba con dificultad mientras un cuchillo
del restaurante de Nicoletta lo acompañaba al compás de su respiración
irregular y una mancha oscura y viscosa se extendía por su camiseta blanca.
Nos pareció que estuvimos horas estáticos,
conformando aquella grotesca estampa: Mateo inclinado sobre el cuerpo encogido
de Filippo y nosotros tres abrazados mirando aquella imagen desgarradora. Lo
cierto es que tan sólo transcurrieron unos pocos segundos desde que la mujer
huyera hasta que Nicoletta reaccionara y entrara al local a llamar a una
ambulancia.
El resto del caso es de sobra conocido por
todos y no me detendré en él, pues los
únicos datos de los que dispongo no son muy diferentes de los que cualquiera de
ustedes puede tener. Todo lo referente a la enfermiza obsesión de aquella mujer
con Filippo, a su persecución constante, a su acoso, sus anónimos o su
incomprensión acerca de que no sólo no iba a corresponderla a ella sino que no
iba a corresponder a ninguna mujer en su vida, lo conozco por la prensa, de
igual modo que me enteré por los peródicos de su posterior apresamiento y su
infructuoso intento de suicidio.
Para mi fortuna, apenas recuerdo las
angustiosas horas siguientes, tan sólo un pasillo blanco con incómodas sillas
de plástico. Éramos los únicos que estábamos allí. Mateo mantenía la cabeza
agachada y la vista fija en el suelo grisáceo, Nicoletta apoyaba su cabeza en
mi hombro y las piernas en el asiento de al lado y Marcello caminaba de un
extremo a otro del pasillo y desparecía constantemente, unas veces para ir al
baño, otras a la máquina de café.
Seguramente tantas idas continuas al lavabo
y un nerviosismo tan claro deberían habernos hecho percatarnos de que no estaba
bien, pero creo que era una actitud que encajaba perfectamente con la
situación. Por lo menos tuvimos la fortuna de que ocurriese en un hospital.
El caso es que nos inquietamos cuando
notamos que una de sus ausencias se prolongaba en exceso para cualquier
necesidad fisiológica que tuviese que aliviar. Nicoletta me pidió que me
acercase a comprobar que todo iba bien con aparente tranquilidad, pero
seguramente notaba la misma presión en el pecho que yo, totalmente ajena a la
preocupación por el estado de Filippo, como una especie de anticipo de la
desgracia.
Llamé insistentemente a la puerta del baño
sin obtener respuesta, por lo que me decidí a entrar. Aquella imagen todavía
sigue clavada en mi cabeza y creo que me perseguirá mientras viva, más aún que
la estampa grotesca de unas horas antes.
El suelo del baño estaba empapado bajo el
cuerpo semiinconsciente de Marcello. A su lado, un charco de vómito se extendía
hasta mancharle el pelo rapado y la cara ancha
cubierta de restos de un polvo blancuzco. Lo levanté agarrándole de los
hombros para mirarle directamente a la cara. La cabeza se caía hacia atrás y la
mirada vagaba ajena completamente al mundo, pero aún podía abrir los ojos.
Traté de reanimarle sacudiéndole. Estaba fuera de mí y no paraba de gritarle.
-¿Quién te lo ha dado? ¡Quiero saber quién
ha sido! ¡Dímelo!- Repetía una y otra vez zarandeándole.
Yo, por supuesto, ya conocía la respuesta,
pero el oírle susurrar aquel nombre fue como un
disparo directo en la sien. Lo solté y se desplomó sobre mí. Allí
permaneció mientras yo lloraba con la cara oculta en las manos y gritaba
pidiendo ayuda.
A:S.V.