domingo, 25 de agosto de 2013

Emesis VI. Dos días después de morir. (Epílogo oculto e innecesario)


Quería morirme yo también. Quería que me metieran con ella en el hueco que quedaba en aquel ataúd biplaza. Quería pudrirme con ella.
Estaba sentado sobre aquella lámina blanca, mirando al suelo. No quería ir a casa. No podía ir a casa. En realidad no podía moverme. No sabía qué hacer. No sabía qué debía hacer. No me quedaba nada. Todo lo que tenía y merecía la pena giraba en torno a una frágil varilla de cristal. Una varilla que ahora estaba quebrada. Metida en una caja, esperando en silencio. Me ahogaba con mi propia respiración. Encendí un cigarro y me dieron ganas de vomitar. No quería existir. A lo largo de mi vida me había apartado de muchas cosas para no molestar, hasta que encontré una que me necesitaba. Me lo jugué todo sabiendo que perdería en cualquier momento. Y cuando llegó ese momento, supe que nunca lo olvidaría. Nunca olvidaría ese cuerpo tirado delante de un contenedor, lleno de pastillas, con marcas en los brazos, los ojos en blanco, sangre en la nariz. Jamás habría querido encontrarla yo. Nadie debería morir así. Nadie merece eso. Un cigarro se consumía entre sus dedos en descomposición. Un tirante del vestido estaba partido en dos, como si lo hubiera mordido un perro. Nada quedaba ya de aquella pequeña persona.
 
J. L. M.

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