miércoles, 22 de enero de 2014

Elogio del tiempo V

   Había estado lloviendo todo el día y la lluvia, junto al color terroso de los edificios y las calles daba la sensación de encontrarse sumergido en una ciudad de barro de la que en ese momento yo me refugiaba en el ponte alla Carraia. Nunca me ha gustado llevar capucha ni paraguas y, mientras esperaba, me entretenía viendo las ondas que la lluvia provocaba en la superficie del río y las gotas que resbalaban por mi cara desde mi pelo y caían sobre el pretil de piedra del puente dejando manchitas oscuras. Tras dos horas esperando bajo el aguacero empecé a plantearme marcharme, pero sabía que no lo haría. Media hora después apareció ella.  Tal vez la canción del día anterior todavía la afectaba, quizá se debía a la lluvia, pero no había recobrado aún su coraza de indiferencia. Emergió de la ciudad con paso lento, arrastrando los pies, la mirada perdida bajo el paraguas a juego con el abrigo largo, pero los ojos aún fieros y duros. Se detuvo al llegar a mi lado, apoyó el codo en el pretil y el mentón sobre la mano y nos quedamos unos instantes así, mirando al río en silencio. Después me besó con brusquedad, me agarró del brazo y dijo:
   -Vamos a tomar algo. No soporto la lluvia.
   -A mí me encanta- balbuceé torpemente. 
  -Pues a mí no. Es triste y es melancólica. Te hace recordar. Es mucho más fácil vivir sin ayer.
   Continuamos andando así, hablando sin descanso, ella bajo el paraguas, yo bajo la lluvia y, mientras se quejaba, su voz iba recobrando su autoridad y sus gestos la frialdad de costumbre. Finalmente nos detuvimos frente a un local llamado La tavola azurra ante cuya puerta un gran cartel rezaba: Questa sera Filippo Zanini con Marco Aldobrandini in collaborazione. Da mezzanotte. Prima consumazione gratis. Faltaba un cuarto de hora para la medianoche cuando entramos.
   El local era amplio y acogedor, de piedra en su mayoría, con alguna salpicadura de madera. La luz era tenue y surgía, principalmente, de las velas que adornaban los centros de las mesas redondas repartidas por la estancia. Tres arcos partían el espacio y al fondo, sobre una tarima, un hombre se aferraba a un saxofón y la música que éste escupía era como la propia sangre del intérprete: densa, viscosa, caliente e intensa. Si uno lo escuchase sin verlo, jamás se imaginaría que aquel hombre era de raza blanca, pues uno sabía con tan sólo unas notas de su instrumento que había traspasado una frontera vedada a la misma. Ése era Filippo, tal como yo aún lo recuerdo de los años en que nos conocimos, primero en la Universidad de Turín y posteriormente en el conservatorio. No sé en qué medida el gran público lo habrá conocido como lo hicimos nosotros ni si se habrá fijado en la extraña conjunción de sus rasgos fieros y sus ojos amables o en la tensión agónica de los músculos de su boca y sus brazos cuando se asomaba al abismo del jazz.
   Nos recibió un gesto de cabeza suyo y una sonrisa tras la boquilla.En el lado contrario del local dos sitios nos aguardaban en una mesa ya ocupada. Se encontraba en el rincón más íntimo y en ella se hallaban Pietro, Marcello y Nicoletta, la dueña del local, con su habitual sonrisa y sus ojos siempre alegres. A su lado había otro hombre, tal vez un par de años mayor que nosotros, al que no había visto nunca. El pelo castaño alborotado y el gesto ajeno del que se sabe siempre fuera de lugar. Yo me senté entre éste y Margarita, de espaldas a la tarima.
   -Estás mejor que nunca, cariño- susurró maternalmente Nicoletta a modo de saludo. Siempre me llamaba cariño. Después pasamos a las presentaciones. El hombre que se encontraba a mi lado se llamaba Mateo y era un crítico musical español que salía con Filippo. Los aficionados al jazz que estéis leyendo esto probablemente os hayáis topado alguna vez con sus ácidas y bien consideradas críticas.
   -Desde luego, cariño, cada vez las escoges más guapas- comentó Nicoletta cuando presenté a Margarita-. Y ahora date prisa en terminarte la cena que te toca salir, ya has llegado lo suficientemente tarde como para hacer esperar más a la gente. Si nunca los has escuchado tocar juntos, guapa, ahora estás a punto de saber lo que es verdaderamente la buena música.
   -Me temo que nunca he tenido oído para la música- respondió Margarita-. Esa no es una muy buena combinación para un músico ¿eh? Tal vez la próxima chica que te busques sea más apropiada en ese sentido, Marco.
    -¿Cómo que la próxima? No, no, no. Nunca hay que pensar en esas cosas, guapa ¿Quién te dice que no eres tú la definitiva? A esta no la sueltes, cariño. Nos gusta Margarita ¿verdad, chicos?
   Marcello y Pietro asintieron sin prestar atención y Mateo continuó mirando fijamente a Filippo mientras garabateaba una servilleta de papel. Margarita sonrió falsamente adulada. Quiero mucho a Nicoletta, pero nunca ha tenido buen ojo para casi nada salvo para los negocios.
   Terminado mi plato me levanté y me dirigí hacia la tarima en la que me esperaba una guitarra sobre su pie. Filippo cortó bruscamente su melodía y una ovación de los comensales me recibió. Entonces empezó: la música nos devoró desde las entrañas hacia fuera, se desparramó a través de nuestros dedos y de la boca de Filippo y engulló a los asistentes.
   No quiero pecar de orgullo, pero creo que, de toda la gente con la que ha colaborado Filippo a lo largo de su carrera, yo he sido, sin duda, con el que más a gusto se ha sentido y con el que ha logrado las melodías más intensas. Pueden juzgar ustedes mismos si tienen alguno de los discos de Filippo. Yo, personalmente, les recomiendo el penúltimo, pista trece. Esa es bastante buena, pero lo que ocurrió aquella noche escapa a lo que puedan escuchar en una grabación o a lo que yo pueda contarles. Improvisamos como si conociésemos aquella pieza desde siempre, como si nunca hubiésemos tocado otra cosa ni nunca fuésemos a dejar de hacerlo.
   Traspasamos sin lugar a dudas la puerta, pero estábamos demasiado absortos en nuestra propia música como para fijarnos en lo que nos esperaba tras ella.
   Continuamos durante horas, con pequeños descansos, mientras el local se iba vaciando. Cuando amaneció tan sólo quedábamos nosotros, una pareja de amantes, un  grupo de cuatro amigos y una mujer sola. Hacia el final de la noche agrupamos las pocas mesas que quedaban ocupadas en torno a la tarima y en los descansos hablábamos todos juntos mientras Nicoletta nos invitaba a más y más bebida.
   Fue en uno de ellos, como de media hora, cuando la burbuja en cuyo interior había construido mi diminuto mundo de perfecta felicidad, basada en los dos días anteriores, comenzó a romperse. Yo me había acercado a la barra a por unas cervezas y Margarita me había acompañado. La tarima se encontraba en el extremo opuesto.
   -Tu amigo me suena mucho ¿Sabes? Creo que ya lo había visto ¿Cómo se llamaba?- preguntó apoyada distraídamente en la barra.
   -¿Cuál de ellos?
   -El moreno, el que no tiene expresión.
   -Pietro.
   -Sí, sí, eso ya lo sé, pero ¿Pietro qué más? ¡Ah! Ya recuerdo. Salía en el Corriere della Sera la semana pasada. ¡Vaya, vaya! Así que tenemos a un heredero interesante por aquí. Sí, sin duda, es él. Es algo como Pietro della no sé qué. Bueno, da igual. Tu amigo el músico no está mal tampoco, pero creo que no soy su tipo ¿Sabes? Te habrás dado cuenta supongo,  creo que tú tendrías bastantes más posibilidades.-Soltó una carcajada nada natural- A lo que iba: era della algo, pero no recuerdo qué. No importa, eso también les gusta ¿sabes? Que no les conozcas. Lo tengo comprobado.
   -No me importa
   -¿Cómo dices?-comenzó con una voz fingidamente inocente y como recitando- ¿Michael qué más? Pues no me suena ¿De Hollywood dices? Ni idea. Yo es que no voy mucho al cine ¿sabes?
   -En serio, me da igual.
   -Debe de ser un mundo tan frío- continuó implacablemente-. Tal vez puedas enseñarme algún día como es eso del cine. O tal vez podríamos dejarnos de tonterías e ir a follar, que me gusta más. Y ya está- concluyó volviendo a su voz habitual- Les toca su orgullo ¿sabes? Es muy fácil.
   -Me alegro- contesté cogiendo las cervezas y volviendo a la mesa.
   A partir de ahí la música no volvió a ser la misma. Era buena, pero ya está. Conforme seguía tocando me equivocaba más a menudo y, de vez en cuando, Marcello gritaba que iba borracho y todos reían.
   Finalmente todos argumentaron cansancio, yo sé que simplemente mi torpeza se hizo insostenible. La primera en marcharse fue Margarita. Se levantó desperezándose y, como si hablara consigo misma, dijo:
´  -¿Te importaría acercarme a casa, Pietro? Hace frío y la moto de Marco no es lo más apropiado para alguien que lleva un vestido tan corto.

   Aquella inocente pregunta  se calvó como un puño de hierro en mi estómago. Traté de mirar a los ojos a mi amigo, pero su mirada parecía esquivarme mientras ayudaba a Margarita a ponerse su abrigo. Repartieron gestos de despedida a cada uno de los presentes y ni cuando me dio una mano blanda y culpable me miró. Margarita, al contrario, exhibía una gran sonrisa juguetona cuando se acercó a mí para darme un beso y susurrarme al oído: “Nos vemos”. Nadie más se movió y yo me quedé mirando fijamente la puerta por la que acaban de salir, perdido entre las risas de los demás, nuevamente sintiendo que me encontraba tras un cristal muy grueso que me separaba de la realidad.

A.S.V.

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