jueves, 30 de enero de 2014

Elogio del tiempo VI

   Muchos de ustedes ya conocerán el final de la velada, pues ha aparecido en numerosos periódicos y aún hoy, salen a la luz periódicamente recordatorios de los hechos. Me refiero, en efecto, al incidente de Filippo con su admiradora.
   Como pueden imaginar, no soy un fiel testigo de los hechos. Aún en una situación semejante no podía evitar que mi cabeza estuviese en otra parte. La imagen de Pietro y Margarita saliendo juntos del local me obsesionaba y ni siquiera unos hechos tan graves podían arrancármela de la mente. Aún hoy, tantos años después, me reprocho mi actitud en aquellos momentos.
   Esto es lo que recuerdo: Había pasado aproximadamente una hora desde que Pietro y Margarita se fueran. Tras ellos había salido la pareja y el grupo de amigos se había ido dispersando. Hacía tiempo que era de día cuando salimos a la calle. Estábamos Marcello, Nicoletta, Mateo, Filippo, la mujer y yo. Era una mañana fría y la calle estaba desierta. Aún chispeaba.
   Los recuerdos resultan bastante confusos, debido en gran parte a la rapidez del suceso. Íbamos apoyados los unos en los otros y el exceso de alcohol nos hacía hablar con un tono de voz seguramente más alto de lo habitual. En medio del barullo de las risas y las conversaciones cruzadas se fue destacando la voz de Filippo. Todos nos detuvimos y lo miramos. Discutía acaloradamente con la mujer, que intentaba agarrarlo y cuyo rostro se encontraba más cerca del suyo de lo que era normal. De pronto los movimientos comenzaron a ser extrañamente bruscos, como de forcejeo. Mateo hizo ademán de acercarse a separarlos y un segundo después la mujer corría  calle abajo hasta perderse entre las calles de Florencia y Filippo se encontraba arrodillado, abrazando su propio cuerpo y doblado sobre sí mismo. Nos quedamos clavados, incapaces de movernos, viendo como el pecho de mi amigo subía y bajaba con dificultad mientras un cuchillo del restaurante de Nicoletta lo acompañaba al compás de su respiración irregular y una mancha oscura y viscosa se extendía por su camiseta blanca.
   Nos pareció que estuvimos horas estáticos, conformando aquella grotesca estampa: Mateo inclinado sobre el cuerpo encogido de Filippo y nosotros tres abrazados mirando aquella imagen desgarradora. Lo cierto es que tan sólo transcurrieron unos pocos segundos desde que la mujer huyera hasta que Nicoletta reaccionara y entrara al local a llamar a una ambulancia.
   El resto del caso es de sobra conocido por todos  y no me detendré en él, pues los únicos datos de los que dispongo no son muy diferentes de los que cualquiera de ustedes puede tener. Todo lo referente a la enfermiza obsesión de aquella mujer con Filippo, a su persecución constante, a su acoso, sus anónimos o su incomprensión acerca de que no sólo no iba a corresponderla a ella sino que no iba a corresponder a ninguna mujer en su vida, lo conozco por la prensa, de igual modo que me enteré por los peródicos de su posterior apresamiento y su infructuoso intento de suicidio.
   Para mi fortuna, apenas recuerdo las angustiosas horas siguientes, tan sólo un pasillo blanco con incómodas sillas de plástico. Éramos los únicos que estábamos allí. Mateo mantenía la cabeza agachada y la vista fija en el suelo grisáceo, Nicoletta apoyaba su cabeza en mi hombro y las piernas en el asiento de al lado y Marcello caminaba de un extremo a otro del pasillo y desparecía constantemente, unas veces para ir al baño, otras a la máquina de café.
   Seguramente tantas idas continuas al lavabo y un nerviosismo tan claro deberían habernos hecho percatarnos de que no estaba bien, pero creo que era una actitud que encajaba perfectamente con la situación. Por lo menos tuvimos la fortuna de que ocurriese en un hospital.
   El caso es que nos inquietamos cuando notamos que una de sus ausencias se prolongaba en exceso para cualquier necesidad fisiológica que tuviese que aliviar. Nicoletta me pidió que me acercase a comprobar que todo iba bien con aparente tranquilidad, pero seguramente notaba la misma presión en el pecho que yo, totalmente ajena a la preocupación por el estado de Filippo, como una especie de anticipo de la desgracia.
   Llamé insistentemente a la puerta del baño sin obtener respuesta, por lo que me decidí a entrar. Aquella imagen todavía sigue clavada en mi cabeza y creo que me perseguirá mientras viva, más aún que la estampa grotesca de unas horas antes.
   El suelo del baño estaba empapado bajo el cuerpo semiinconsciente de Marcello. A su lado, un charco de vómito se extendía hasta mancharle el pelo rapado y la cara ancha  cubierta de restos de un polvo blancuzco. Lo levanté agarrándole de los hombros para mirarle directamente a la cara. La cabeza se caía hacia atrás y la mirada vagaba ajena completamente al mundo, pero aún podía abrir los ojos. Traté de reanimarle sacudiéndole. Estaba fuera de mí y no paraba de gritarle.
   -¿Quién te lo ha dado? ¡Quiero saber quién ha sido! ¡Dímelo!- Repetía una y otra vez zarandeándole.

   Yo, por supuesto, ya conocía la respuesta, pero el oírle susurrar aquel nombre fue como un  disparo directo en la sien. Lo solté y se desplomó sobre mí. Allí permaneció mientras yo lloraba con la cara oculta en las manos y gritaba pidiendo  ayuda.

A:S.V.

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