jueves, 21 de mayo de 2015

El Parque de Atracciones VI / ♫Tarantino - Russian Red

Febrero. Frío. Los hijos de la City se refugiaban en el Parque de Atracciones, como cada viernes. Charlie ya había ido tres veces al baño y solo eran las doce. Quedaba la mitad de la noche. Seguiría taladrándose el hígado hasta echar el cierre. El humo del Parque se masticaba y Charlie se quitó la camiseta. Se dejaba ver el tatuaje grabado en su hombro […]. Su cuerpo era un suspiro. La imagen de una campaña de lucha contra la anorexia. Trevor Reznik con principios de barriga patrocinada por Heineken. Y todo a pesar de comer como un musulmán las noches de Ramadán. Y bebía. Bebía. Bebía de forma enfermiza. Sufría ataques de alcoholismo severo algunas noches, y esta era una de ellas.
Charlie se estaba sirviendo una copa. Su cuerpo y su cabeza le pesaban trescientos kilos, pero estaba consciente. No, en serio, realmente estaba consciente. Y levantó la cabeza para saber de quién era esa voz que pedía cerveza tímidamente, como intentando no ser escuchada.
─Ya no es hora de tomar cerveza. Lo mejor ahora sería un jägerbomb. Dinamita para la garganta y para los malos pensamientos.
Aquella chica no era de Londres. Nadie pedía así en Londres, con esa timidez, esa insegura buena educación que provoca el miedo a lo nuevo, a lo desconocido. Nadie pedía nunca así en el Parque de Atracciones. Esa chica nunca había estado allí.
Charlie levantó la mirada y el ruido del local desapareció. Y a partir de ese momento para él solo existía esa voz de preciosos ojos marrón básico que pedía cerveza.
─Pero quieres una cerveza.
─Sí, por favor.
Duelo de miradas. Duración: 2 segundos. Resultado: empate incómodo.
─Tú no eres de Londres.
─¿Cómo lo sabes?
─Porque creo que nunca he escuchado a nadie hablar así en Londres.
─¿Y cómo hablan aquí?
─No sé, nadie es tan amable, al menos en este bar. Además tu acento es extraño.
─Pues sí, soy francesa, de París. La capital de la mala educación y la soberbia.
Charlie no esperaba una sentencia así tan pronto. Ni esperaba esos ojos marrones que le miraban con las pupilas dilatadas, y contra los que volvió a luchar durante cinco silenciosos e intensísimos segundos.
─Seguro que hasta hace muy poco tú tenías a alguien esperándote en casa. De hecho a lo mejor sigue ahí. Tienes cara de haber tenido a alguien esperándote en casa durante mucho tiempo.
─¿Y qué cara es esa?
─No es solo una cara. Es una cara y un cuerpo con ropa y maquillaje de becaria de la City, sentada delante de la barra de un bar del centro de Londres un viernes por la noche. E incluso puede que esa becaria, sin saberlo, haya elegido el mejor bar de la historia de Londres para entrar y pedir una triste, pero también deliciosa, cerveza.
─Demasiada información como para no tener fallos.
─Tienes razón, no vas maquillada.
─Correcto.
─Punto para mí. Y para ti, por cierto. ¿Y por qué estás aquí sola?
─Porque llevo aquí apenas un mes y no conozco a nadie.
Reacción inmediata de asesino de neuronas:
─No suelo decir estas cosas pero, ¿me esperarías hasta el cierre? Menos de una hora.
─¿Cuánto menos?
─Media hora como mucho.
─Lo siento, me tengo que ir ya.
─Vale pues entonces yo también.
─Acabas de decirme que te espere hasta el cierre.
Charlie se abalanzó sobre la barra hasta quedarse un palmo de aquella parisina, que a cada palabra demostraba estar alejada de cualquier tópico.
─Mira, ahora mismo, si tú te tienes que ir yo también me tengo que ir. Hay muy poca gente en la calle y no quiero que te vayas tú sola ahora. Londres puede ser muy miserable a estas horas. Ahora mándame al infierno o déjame acompañarte.
Wes había visto toda la acción a través de los barrotes del piso de arriba, donde controlaba la música. Una escalera de caracol metálica comunicaba esa cabina con la zona de la barra. Wes imaginaba cuál sería el desenlace y por eso bajó las escaleras para encargarse él del cierre. Porque Charlie ya tenía cosas de las que encargarse. Y porque Wes sabía que Charlie haría lo mismo por él. Le dejó pasar para que saliera de detrás de la barra y antes de dejarle ir le agarró del brazo y se acercó a su oreja.
─Ten cuidado, da las gracias, y al final piensa si debes pedir perdón.
Charlie escuchó aquello y rió en silencio, y se despidió de Wes con una palmada en la espalda, y desapareció entre la fauna del Parque de Atracciones.
La chica esperaba fuera del local. Charlie pensó por un momento que, sin decírselo, había optado por mandarle al infierno. Pero esperaba fuera del local, apoyada en la pared.
─¿Dónde tienes que ir?
─Quiero ir a mi casa.
─¿Dónde vives?
─Cerca de King’s  Cross.
En realidad, Charlie sí había bebido demasiado como para hacer algo de provecho esa noche. Intentaba disimular y lo conseguía. Pero sus pupilas cada vez se dilataban más. No estaba fumando, pero sentía que alguien le exprimía los pulmones con las manos. Un intento macabro de asfixia. Asfixia mental. Karma. Lo que fuese. Pero Charlie tenía sus prioridades claras aquella noche.
─No me gusta coger el metro a estas horas. No quiero que tú estés en el metro a estas horas. Llámalo sobreprotección si quieres.
La chica intentaba recordar si alguna vez en su vida había vivido algo así. Intentaba recordar si había conocido a alguien como Charlie. Cada frase hacía que su cabeza volase a mil sitios diferentes en un segundo. Nada de lo que estaba pasando tenía mucho sentido pero su curiosidad quería saber cómo acabaría todo aquello.
─Yo tampoco pensaba coger el metro.
─Bien, pues vamos a buscar un taxi.
No hizo falta dar más de dos pasos para que un taxi se dejase ver acercándose a la puerta del Parque de Atracciones. Todo aquello parecía haber sido ensayado; todo menos el estado del hígado de Charlie, al que a pesar de todo, le apetecía que ocurriese todo lo que estaba ocurriendo.
─Buenas noches, por favor, ¿nos podría llevar a la estación de King’s Cross?
Charlie podría ser cualquier cosa, pero siempre que tenía oportunidad, demostraba que en lo más profundo de sí mismo, en esa categoría escondida de su personalidad, cumplía con el tópico de la educación y los buenos modales de exalumno de Eton. Daba igual en qué estado mental se encontrase. La educación siempre iría por delante. “La educación no es buena o mala, simplemente está presente o no lo está, y eso se demuestra cada día”. Una de sus máximas.
─En camino muchacho.
─Muchas gracias.
Viajar en coche mientras el alcohol viaja por la sangre mezcla de forma radiactiva sufrimiento y placer. Volar en una nube mientras te desangras es una buena forma de explicar lo que Charlie sentía sentado en uno de los asientos de atrás de aquel taxi.
Su cuerpo temblaba un poco. Por el frío, por su nervio natural, y por todo. Con su mano derecha estrujaba la izquierda para frenar reacciones que se quedaban a un paso de convertirse en espasmos. Parecía que nada iba bien, pero la presencia de aquella chica a su lado aplastaba la revolución químico- tóxica que su organismo estaba generando. Y entonces todo iba bien. Y empezó a ir mucho mejor cuando el señor taxista, de acento escocés, desapareció.
─Entonces, ¿te espera alguien en casa?
─No.
─¿Qué estás haciendo en Londres
Tímido amago de carcajada nerviosa.
─No lo sé. De momento intentar sobrevivir. Con eso me vale.
─Yo nací aquí, y llevo intentando sobrevivir desde que nací. Así que no te preocupes. Es muy difícil vivir en esta ciudad, hay demasiadas cosas; buenas y malas. Demasiadas cosas. Yo creo que al final todo se reduce a sobrevivir. Todo lo hacemos por sobrevivir, incluso todo lo que incluimos en esa difusa y absurda nube de cosas a las que la gente llama “vivir la vida”. Creo que solo los niños viven. Se vive hasta que empiezas a darte cuenta de cuáles son las cosas más importantes, las cosas que cimientan la existencia de uno, y te das cuenta porque te faltan, porque no las tienes. Te das cuenta de que, afortunadamente, hay muy pocas cosas importantes, y también te das cuenta de que esas cosas no son cosas en sí. A esas cosas no se las denomina cosas. Y en eso estamos todos. Conscientemente o inconscientemente, da igual. Todos tenemos eso en la cabeza. Unos huyen sin darse cuenta, y “viven la vida”, y otros se enfrentan a las cosas, sufren y sobreviven, intuyendo y descubriendo cada día y cada minuto que casi todo lo que les rodea es accesorio, y que sobrevivir no solo implica cosas negativas. Y básicamente es eso. Yo soy consciente de esto, si es que tiene algún sentido, y tú tienes cara de ser consciente también, pero seguro que en tu caso tampoco tiene sentido ─ cinco segundos de silencio ─. Dos conscientes sin sentido han llegado a King’s Cross.
Palabra de Charles Robert David Addley. No perdón, palabra de Charlie. Palabra del hígado infecto de Charlie. Palabra de la garganta chamuscada de Charlie. Palabra de las torturadas cuerdas vocales de Charlie.
"No creo que la vida sea absurda. Creo que todos estamos aquí con un gran propósito, y creo que nos estremecemos por la inmensidad del propósito por el que estamos aquí". NORMAN MAILER
─¿Has bebido mucho?
─Supongo que más de lo que se debe beber.
─¿Pero te encuentras bien?
─Sí, tranquila.
Hablaban los dos ya fuera del taxi. Habían bajado a escasos dos metros de donde vivía la chica. Eran cerca de las dos, y se sentaron en las escaleras que había antes de llegar a la puerta a fumar un cigarro. La chica no parecía muy acostumbrada a fumar, pero sí parecía disfrutarlo. Ese pequeño homenaje que uno decide hacerse a sí mismo de vez en cuando, ese homenaje que en su caso era fumarse un cigarro.
Y para Charlie fue uno de los mejores momentos de su vida. Había visto fumar a muchas chicas. Siempre decía: “Ver fumar a una chica es uno de esos momentos de los que merece la pena ser testigo, y mucho más si la única persona que acompaña a la chica mientras fuma es uno mismo”.
Charlie y Wes tenían ya gran experiencia en ese nivel de frases estúpidas. Y todo lo que tenían de estúpidas lo tenían también de sinceras.
Había visto fumar a muchas chicas. Pero ninguna como aquella chica de París. Con cada movimiento que ella hacía Charlie se iba alejando cada vez más del mundo real. El alcohol ya no intervenía, se había marchado para dejar sitio a reacciones más puras y verdaderas.
Se acabaron los dos cigarros, se levantaron, la chica sacó las llaves, y justo cuando se iba a despedir de Charlie y a darle las gracias, el soldado de pelo imposible y roto volvió a la carga con algo que en principio parecía que iba a alcanzar el premio de Mayor Acto de Torpeza de la noche.
─Bueno, supongo que tú tendrás a gente muy importante en tu vida, aunque ahora mismo no estén aquí. Pero quiero que sepas que no voy a hacer ningún esfuerzo por olvidarme de lo que ha pasado esta noche, aunque para ti no haya significado nada. Este es mi número de teléfono. Quiero que lo tengas para que tengas presente que si en cualquier momento necesitas cualquier cosa, yo estaré ahí, a unas pocas cifras de distancia. Si alguna vez te pasa algo o necesitas algo, cáete encima de mí. Solo por este rato de compañía que me has dado, solo por apenas decirme nada, solo por todo lo que sin darte cuenta has provocado en mí hoy, espero que cuando te haga falta te caigas encima de mí, porque te aseguro que yo haré todo lo imposible por amortiguar la caída. Y por favor cree en todo lo que te he dicho, y perdóname por todo lo que te he dicho.
Y no hubo más respuesta que una sonrisa perfecta y auténtica, un punto muerto, y para terminar, el que para Charlie fue el mejor abrazo de la historia.
Y Charlie se marchó caminando deprisa. No entendía por qué andaba tan deprisa. Pero no podía evitarlo.
Charlie nunca tuvo respuesta de aquella chica. Sabía que no tendría respuesta.
Pero también sabía que haría todo lo posible por no olvidarla. Sabía que nunca sabría que aquella chica se llamaba Léa. Y sabía que a partir de aquella noche retomaría una terrible y preciosa sensación que ya conocía: empezaría a echar de menos algo que jamás ha ocurrido, algo que jamás ha sido.

Hacía muy buena noche en Londres.

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