Sentados en un
banco a la orilla del Támesis, cerca del Tower Bridge, mientras amanece,
muertos de hambre.
─Calma tu
espíritu.
─¿Qué?
─Abre la
botella.
─Podríamos ser
portada del Times un triste día de agosto. Aquí, sentados. O el póster de
una película con mucha droga.
Charlie dio un
trago.
─Y de repente
abrirás los ojos y te verás rodeado de manos cargadas de hipocresía, esperando
a que tropieces, a que te asomes al pozo más profundo. Colocarán al fondo el
diamante más brillante del mundo y esperarán a que bajes a por él.
─Cállate ya, por
favor.
Los dos
soldados seguían sobreviviendo en Londres. Sorprendentemente, El Parque de
Atracciones llevaba vivo más tiempo de lo que nadie habría imaginado, y Wes y
Charlie seguían deambulando por Londres todas las mañanas, como dos gatos
narcotizados.
─Imagina que el
mundo desaparece mañana, que empiezan a llover bombas y todo se hunde, pero
alguien ha decidido que tú te salves. Y puedes salvar contigo algunas cosas y a
algunas personas. No te dan un número exacto pero tienen que ser muy pocas
cosas y muy pocas personas. ¿Qué harías?
Wes tomó en
serio todo aquello, porque estaba muerto de hambre.
─Creo que a
estas alturas de la vida tú podrías responder por mí a esa pregunta. Yo sin
embargo, no tengo la menor idea de lo que harías tú.
Charlie sonrió
con lo primero que le dijo Wes, pero lo segundo le desconcertó, y sintió como
si Wes, de un golpe, hubiese dejado sus entrañas al descubierto. Porque era
cierto que sabía lo que Wes elegiría, pero no era capaz de imaginar lo que
haría él en esa apocalíptica y metafórica isla desierta.
─Yo creo que tú
te has imaginado esa situación muchas veces, y ya te has construido tu mundo
ideal, por si acaso.
─Yo creo que
tengo bastante claro lo que pediría. Y no sé, entiendo que nunca lo hayas
pensado. Yo siempre he defendido la vida que llevamos, pero también he pensado
muchas veces que si me ofreciesen una segunda oportunidad, la cogería sin
dudarlo un segundo. Por inseguridad, supongo. Esa es la diferencia. Tú nunca
has creído necesario el tener una segunda oportunidad porque has cumplido
contigo mismo.
─Puede ser.
Desde que empezamos a vivir así, sé que mi progreso, mi evolución, o como
quieras llamarlo, va por esta línea, por la línea que estoy construyendo y que
estoy siguiendo. Y no sé si es lo mejor, ni sé si acabará bien o mal, pero
siento que tiene que ser así, y no me planteo lo que hubiese pasado si… No, eso
nunca.
─Me encanta que
hagas eso; que no te plantees que haya una forma de vida supuestamente mejor,
que defiendas que cada uno vive como tiene que vivir, haga lo que haga.
─Y no me importa
que las personas no piensen así. También creo que si tuviese menos neuronas
muertas y la mente menos nublada, pensaría de otra forma. Pero repito lo mismo,
si pienso así, creo de verdad que es porque no tiene que ser de otra manera.
Dio un par de
caladas, como si del cigarro sacase energía y fuerzas para seguir hablando
─Y tú entonces,
¿qué?
─No sé. Me gusta
oírte decir esas cosas. Estaría bien que la gente que piensa que tienes el
cerebro muerto, y que no puedes juntar dos palabras con sentido, te escucharan
hablar así.
─Yo creo que
estaría bien que la gente pensase más en estas cosas. No en las tonterías de
‘¿Qué harías si todo desapareciese y pudieses pedir tres deseos…?’, sino en que
las cosas no duran para siempre y que hay que identificar las cosas que para
uno son importantes e intentar conservarlas.
Charlie nunca
hablaba así. Wes tomó en serio todo aquello, porque estaba muerto de hambre.
─Sí, tienes
razón. No se habla suficiente de estas cosas.
─Porque vivimos
muertos de miedo. Y cuando nos reímos, nos reímos de los nervios.
Charlie dio una
larga calada a su cigarro tras decir aquello, para darle solemnidad, y tras
soltar el humo ambos empezaron a reír casi en silencio.
─Imagina cómo
sería ese final. No lo imagines con explosiones y grandes llamaradas. Imagina
lo que podría ser escuchar ese final con los oídos taponados. Los edificios
derrumbándose, ese estruendo sonando como cantos gregorianos.
─Vale déjalo,
cambiemos de tema. Creo que nunca apreciamos lo suficiente la luz de las
mañanas de Londres.
─Por favor,
cuando sueltas frases como esas parece que te has escapado de un cuento de
Beatrix Potter.
─Lo que tú
quieras, pero es verdad.
Charlie hacía
bailar su mechero entre los dedos de la mano izquierda y apoyaba su mano
derecha en una cerveza.
─Solo
sentándonos aquí, tengo la sensación de que vamos a matar al río de sobredosis.
Como si fuésemos radiactivos desde anoche.
─Toda la noche
comiendo, y aún así, seguiría comiendo ahora.
─Yo estoy
muriendo. Me va a implosionar el estómago si no le doy algo.
─¿Quieres? Es la
última.
─No, ahora no
tiene ningún sentido.
─Lo que tú
digas.
Charlie se
llevó la mano al bolsillo, volvió a agarrarse a la botella, le dio un trago
largo, la tiró al río (“…por el bien de todos”), encendió un cigarro, le dio
otro a Wes, Wes lo encendió, se puso en pie, tiró del brazo de Charlie y
echaron a andar. Se marcharon sin haber hablado mucho, pero habiendo dicho
muchas cosas.
Estaban muertos de hambre.
El Parque de Atracciones VI, aquí.
El Parque de Atracciones V, aquí.
El Parque de Atracciones IV, aquí.
El Parque de Atracciones III, aquí.
El Parque de Atracciones II, aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario