sábado, 13 de julio de 2013

Emesis V. Una primavera, dos días antes de morir.


23 de marzo de 2012

Llegué agonizando. Cansado de cansarme durante todo el día. Me la encontré sentada delante del sofá, en ropa interior. Le sangraba la nariz, y estaba rodeada de restos blancos. Había una pequeña cara sonriente en la mesa.

Se estaba agotando.

-Vamos a la cama.

-Dame un beso.

-Tienes bigote blanco.

-Tengo mucha sed. Y veo muchas cosas azules.

-¿Dónde?

-En todas partes.

-No hay nada azul.

-Vamos a follar.

Eran delirios de poeta surrealista. Tardé en contestar.  Pero no tuve fuerzas para decir no.

-Venga, vale, follamos.

Aquel día nos había fulminado. El cansancio y el ácido. En una situación como esa, solo queda el “sí a todo”.

Fuimos a su habitación. Siempre era en su habitación. Iluminada por los reflejos multicolores que el sol prestaba a las nubes cada tarde de mayo. La llevé de la mano, casi arrastrándola. Con sangre seca mezclada con restos de blanca bajo la nariz. Se tiró en la cama boca abajo, y yo sobre ella. Y empezó el baile. Un baile terapéutico.

-Marco, ¿para ti, qué soy yo?

-Los restos de todo.

Me abrazó, con los delirios de viernes por la noche totalmente derretidos, y se durmió. Y así acabamos aquella noche.

Al día siguiente dijimos buenos días a las dos de la tarde. Nuestro desayuno/comida fue de patatas fritas con ketchup, media pizza quemada y Heineken. Siempre Heineken.

Todo apuntaba a tarde alcoholizada filosofando en el sofá, y a anochecer de rehabilitación en nuestra terraza, con la puesta de sol reflejada en el otro lado de la calle.

-¿Te acuerdas de la última vez que follamos?

-¿Por qué te gusta tanto hablar de sexo?

-Porque a la gente le cuesta mucho hablar de sexo, porque la gente lo considera grosero, simple y vulgar, y eso me encanta.

-Creo que hace algo menos de un mes.

Le contesté con resignación mientras se encendía un cigarro. Todas las mujeres deberían fumar. A todas les queda bien un cigarro en la boca. Una calada de una mujer a un cigarro es sensualidad en una de sus máximas expresiones. Un instante del que merece la pena ser testigo.

-Me encanta cuando lo hacemos. Es libertad pura.

No sé si esperaba respuesta.

-A mí me encanta cuando acabamos. Cuando te duermes. Cuando te cojo la mano y me quedan restos blancos.

Me sonrió.

-¿Abrimos la ventana?

-Como quieras.

-Quiero que esté abierta.

Estiré el brazo  hasta llegar al mango de la ventana y tiré. Dejamos entrar un fuerte viento acompañado de polen y tubos de escape. Se oía el silencio de sobremesa.

-Nunca te doy las gracias por cuidarme.

-Porque sabes que no hace falta. Fui yo quien decidió traerte aquí. Tú no lo pediste.

Los días después eran como empezar a vivir desde cero.

-¿Te das cuenta de que vivimos al margen del mundo?

-Me doy cuenta de que vivimos como queremos vivir.

-Sí. Independientes. Es poético; vivir al margen de un mundo tan invasivo, del que es tan difícil esconderse. Lo malo es que nada es infinito.

-Las almas son infinitas. Las almas no se degeneran. No se drogan, y no mueren.

-Pero las almas no se ven.

-Pero se sienten. Las cosas que merecen la pena se sienten.

Heineken empezaba a hacer efecto. Encendí un cigarro.

-¿Tú me quieres?

-Claro.

-¿Seguro?

-Seguro.

-¿No me utilizas para follar?

-¿Estás loca?

-Sabes perfectamente que estoy loca. Júrame que me quieres.

-Llevo tu nombre marcado en la mano.

-Júrame que nunca me vas a dejar.

-Te lo juro. Te quiero.

No recordaba mi último “te quiero”. Tampoco recordaba un abrazo suyo tan intenso como el que me dio en ese momento. Mi hombro se llenó de lágrimas.

-¿A qué viene todo esto?

-A que no quiero estar nunca sola, ni siquiera cuando esté muerta. No quiero que mi cuerpo se deshaga solo. Quiero helado de chocolate.

Llevaba un buen rato sin parpadear. Se supone que tendría que estar acostumbrado a estas situaciones, pero nadie está preparado para vivir con alguien así. Dejó de abrazarme y su mirada se perdió.

-¿Qué coño soy yo?

No supe contestar. Estaba ocupado anudándome la garganta. Su mirada seguía perdida. Las lágrimas huían de sus preciosos ojos verdes.

-Yo me vestía de princesa. Me sonríen las pastillas. Escapo en rincones oscuros. Me pica todo el cuerpo. Sueño que se me cae el cielo encima. El mundo me ha olvidado. Mi alma está olvidada. Mis piernas tiemblan. Me he tirado al suelo llorando y sudando, a recoger polvo con la nariz. Mi alma se escapa por el interior del codo. Y me estoy acabando.

-¿Quieres ducharte?

Tardó en contestarme.

-Vale.

La acompañé hasta el baño, y tras cerrar la puerta, me fui a la terraza. No podía evitar imaginar su silueta dibujada en la cortina de la ducha. Estuvo una hora encerrada en el baño. El mismo tiempo que estuve yo en la terraza, pensando demasiado y fumando demasiado.

-Habría que santificar las duchas. Están muertas y hacen milagros.

-¿Estás mejor?

-Sí, claro.

-No deb…

-¿Qué?

-Nada. No era nada.

Se sentó en su sillón de mimbre. Estiró el brazo para coger un cigarro y empezó el juego del silencio, cinco minutos de silencio de rehabilitación.

-Tenemos que irnos de viaje. Esta ciudad nos está secuestrando. Esta calle nos está secuestrando.

-¿Dónde quieres ir?

-A París.

-¿Otra vez?

-Sí, claro.

-Pero ¿para qué?

-Ya he estado tres veces antes, ya he visto todo lo que se supone que hay que ver, he cumplido con todos los “recorridos con encanto” que marcan las guías turísticas. Quiero ser de París durante una semana.

-De París durante una semana.

-Sí. Una semana.

-Vale, pues nos vamos.

Un viaje decidido en un minuto.

-Quiero helado de chocolate.

J. L. M.

No hay comentarios:

Publicar un comentario