Hoy
tampoco ha llenado. No importa, hace años que el local se presenta, noche tras
noche, medio vacío; siempre las mismas personas, las mismas caras cansadas
mirando al suelo, las mismas vidas desmigajadas, parcialmente ahogadas en
cerveza, manoseadas y chupadas como las cáscaras de pipa que alfombran el antro.
Hoy las caras han cambiado, la juventud ha reclamado su lugar, pero él no puede
verlo, pues se encuentra de cara al piano, de espaldas al mundo. Se demora lo
máximo posible, necesita fuerzas, el viaje nunca es fácil. Cada noche lo mismo.
Finalmente, una voz grave le susurra al oído: “Vamos maestro, no los haga
esperar más, que se cansan”. Yo también
me canso, piensa. Sin embargo, respira hondo y se zambulle entre el marfil.
Una
nota, dos, la melodía se hila, flota, le revuelve el escaso cabello que le
queda y envuelve a los jóvenes que, resguardados tras las mesas astilladas, no
pueden contener una sacudida cuando la música los toca, cuando las notas los
traspasan y desnudan. Es, como desde hace años, una melodía triste, tan dulce y
cortante como la derrota. No porque se sienta derrotado, sino porque la derrota
es a lo único que aún aspira. Ve, por el único ojo que le queda sano, las
teclas bailando bajo sus dedos, después las maderas rotas del piano, por entre
cuyos huecos se cuela el pasado, derramándose como un río sobre su piel carcomida por los
años, revitalizando unas manos que ejecutan un acto mecánico, como si de un
autómata se tratase, nada más un muñeco de cuerda capaz de interpretar la más
bella melodía cuando se le pone en marcha. Antes, cuando era capaz de empuñar
un violín o una guitarra sin que sus manos temblaran, solía cantar, pero hacía
años que su potente voz se había vuelto un graznido áspero y sus dedos un mecanismo
de relojería perfectamente sincronizado con el piano. Ahora callaba y dejaba que
otras voces le susurrasen al oído mientras tocaba, voces de un pasado ya
irrecuperable. Venga, decían
cruelmente las voces, tan solo un vistazo
no puede hacerte daño, levanta los ojos por encima del piano. Al final
siempre cedía, siempre aceptaba el fracaso y alzaba los ojos. Allí estaba, fijo
en la pared, mirándole con insolencia desde el otro lado del espejo. Siempre
rezaba por encontrarse frente a frente con un viejo de sienes plateadas, cara
de tortuga y un solo ojo destapado, pero rara vez esto ocurría.
Esta
noche lo mira aquel joven que ya conoce: el pelo negro sobre la frente, el
rostro ancho y cuadrado, la barba rala y en el fondo de los brillantes e
intensos ojos verdes imágenes de una violenta lucha a muerte perpetrada sobre
un colchón desgastado. Las imágenes parecen burlarse del anciano con su
desgarradora claridad. Los mentones afilados chocando, las incipientes barbas rozándose,
las bruscas caricias, los torsos
entrelazados, los violentos besos… Y ya es irrevocable; el anciano se hunde en
aquellas pupilas como antes se ha sumergido en la música.
Manuel… bueno, ahora monseñor Manuel Prizzi ,
parece una broma ¿y qué? Al fin y al cabo éramos jóvenes. Tal vez los dos
siempre supimos que se acabaría; por eso
nos devorábamos cuando nos veíamos, por si era la última vez. ¿Te acordás
todavía de mí? Hace tantos años… ¿Te acordás todavía de cuando eras mozo de
puerto? ¿Te acordás de aquel joven que tocaba la guitarra allá por las plazas,
de nuestro rincón en aquel barrio gris y sucio a orillas del río? Necesitábamos
tan poco para ser felices… Y eso que por aquel entonces querernos era pecado,
pero no nos importaba, ni siquiera a ti, con lo religioso que eras. Nunca vi
una fe tan grande. Por eso no me sorprendió que te largaras para el seminario y
lo echaras todo por la borda. Claro que eso fue después de la guerra. La guerra
cambió tantas cosas... No sé si te acordás pero yo estaba en Praga viendo morir
a papá cuando me llegó tu carta. No puedo decir que me sorprendiese, pero
después de la vergüenza por lo de mi hermano, de la enfermedad de papá y de
todo lo que pasamos en Praga con la guerra fue lo que acabo de desarmarme. Lo
demás tal vez lo sepas: la vuelta a casa y de nuevo otra vez a Europa, cuando
todo había pasado. Dejé de tocar en las plazas y entré en el conservatorio. ¡Y
tú que decías que mi música no podía darnos de comer! Al menos a mí sí me dio
el pan. Lo demás salió en los periódicos, no sé si llegaste a leerlos alguna
vez, nunca te importaron las cosas mundanas. Pero fue muy sonado, ya lo creo.
Una carrera meteórica, París, luego una mujer, la gran maestra del siglo al
piano la llamaban. Para mí no era más que Mercedes, pero yo para ella nunca fui
solo Pablo… El resto no creo que lo hayas oído, salió en los tabloides y la
prensa rosa. El divorcio, el frcaso, el alcohol… Y ahora ya ves, el mozo del
puerto podría haber llegado incluso a papa si no fuera tan viejo y a la gran promesa
del piano solo le queda un antro lleno de humo y pipas los mismos fracasado de siempre que no se
cansan de escuchar la misma melodía, un ojo inservible, muchas facturas por pagar
y el vago recuerdo de un hijo que hace años que no le habla… No sé si te
acordás, pero a mí esos años todavía me sirven de tabla cuando las aguas se
ponen turbias. Bah, no me hagás caso, seguramente estoy desvariando. De hecho
ni siquiera podés oírme. Estoy hablando solo, como siempre, repitiendo las
mismas palabras durante años. Lo que realmente me rompe es que ni siquiera
ahora, después de todo, puedo permitirme el lujo de la derrota. No puedo
siquiera ser libre. Y eso que…
Las
aguas se rompen, la melodía se ha acabado. Primero emerge la cabeza, intentando
respirar entre el mar de humo, después el resto del cuerpo. Ahora otro mar lo
envuelve. Los jóvenes que de forma excepcional han acudido al antro aquella
noche han roto en aplausos. Algunos incluso, los más duros, lloran desarmados,
desnudos. El viejo se ve en sus rostros, todos ellos son él mismo hace tantos
años ya… Entonces comprende: aún no es tarde, aún puede saborear la derrota con
la que sueña hace tantos años. Agradeciendo la ovación sale del bar sin mirar atrás. Cruza la calle, ahí hay una
cabina. Descuelga. Los ojos le arden cuando pronuncia el nombre con voz
temblorosa.
-¿Manuel?
La
voz que responde también está cortada.
- ¿Papá?
A.S.V.
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