sábado, 6 de julio de 2013

Estramonio


-Imagina que nunca recordaré cómo llegué a ese lugar. El suelo estaba húmedo y cubierto de hojas quemadas que se clavaban en mis pies hasta que recibí un golpe detrás de la rodilla y caí. Noté cómo se enfriaba mi rodilla izquierda. Seguramente el suelo punzante habría rasgado la piel. Me vino a la cabeza durante un par de segundos la imagen de los insectos más repugnantes y putrefactos que habitan la Tierra entrando en mi cuerpo a través de aquella pequeña herida, que parecía ser el inicio de la praxis, cobrando esta palabra su sentido más físico y visceral. Arrodillado frente a una hoguera de la que salían volando rostros de mujeres preciosas, noté cómo un dedo áspero y grueso empezaba a tocarme la espalda. Parecía estar dibujando, con un líquido de color negro. Oler aquel líquido era como oler la sangre de tres millones de ratas muertas hace cien años, mientras está siendo vertida a por tu espalda. Sabía que era negro porque caían gotas desde mis hombros hasta cubrir el pecho. Al otro lado de la hoguera se podía ver una figura humana que llevaba muchos años esquivando la muerte. Se movía despacio. Sus rasgos faciales habían desaparecido entre surcos torcidos. Solo se distinguían los ojos rojos, incandescentes y hundidos, que me miraban sin apenas parpadear, y que brillaban diabólicamente tras la hoguera. Rodeó el fuego y se puso delante de mí. Era un ser de muy baja estatura. Yo estaba de rodillas y no tuve que levantar la mirada para ver esos ojos por los cuales seguramente me miraba algo. Algo. Seguramente desde el más oscuro de los infiernos. El dedo áspero seguía moviéndose por mi espalda, cubierta casi por completo por aquel líquido que empezaba a formar costras en mis hombros y en cada vértebra. Quedarían todas perfectamente marcadas con pintura negra y seca, como si se tratase de la piel del cocodrilo o de una armadura oxidada. El dedo dejó de pintar. A mí se me caía la mandíbula. No tenía fuerzas para morir. Solo era consciente de que me habían drogado. Estaba seguro. No estaba en mí. Mis ojos estaban casi en el suelo, mi cabeza se balanceaba, pero mi mente estaba a cinco mil metros sobre las hojas quemadas, y también estaba  cinco mil metros, o cinco mil millones de metros, por debajo de las hojas quemadas, moviéndose a toda velocidad mientras mi cuerpo maniatado parecía haber sido inmovilizado por el vapor de agua que flotaba en el claro de aquel bosque de troncos negros y hojas verdes y grandes. Las hojas más verdes del mundo. Y de repente empezó a oler a agua de coco. Los párpados me pesaban y cubrían mis ojos. Había dos cuerdas enganchadas a mis párpados con dos ganchos de hierro, y en el otro extremo las cuerdas estaban enterradas en el suelo, a gran profundidad. La sensación que tenía era que yo intentaba levantar el suelo con los párpados, y estos cubrían mis ojos en contra de mi voluntad. Olía mucho más a agua de coco y ya con los ojos prácticamente cerrados pude ver el agua en un gran recipiente de madera. El pequeño ser de cara surcada, que para mí había desaparecido por completo, al igual que el resto de siluetas que antes había identificado alrededor de la hoguera, se acercó a mí, y para devolverme al mundo, a su mundo, al mundo que yo no quería que fuese real, me abrió el ojo izquierdo con dos dedos, y me metió una varilla hueca de madera que acababa dentro del agua de coco y que rápidamente supe que servía para beber. En el momento en que me di cuenta de ello empecé a sorber de forma obsesiva. Estuve un buen rato hasta que recibí un tirón fuerte en la parte más alta de la cabeza. Yo cogí aire. Un segundo. El pequeño anciano me forzó, aún con la boca rebosando agua de coco, a tragar semillas negras. Muchas semillas negras. Diez segundos y mi cuerpo dejó de ser mío. Yo me revolvía por el suelo como un lagarto con rabia y mi garganta la atravesaban machetes de cazadores furtivos esquizofrénicos. Pero tú solo imagina que me fui con el sabor del coco entre los dientes. Imagina que lo abandoné todo con el sabor del coco entre los dientes. Piensa que se fue con el sabor del coco entre los dientes y sin saber donde estaba.

Quedó completamente noqueado ante todo lo que le había dicho, pero al final le salieron las palabras.

-Vale. Ahora vamos a tomar una copa y a fumar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario