domingo, 17 de mayo de 2015

El Parque de Atracciones IV / ♫I Bet You Look Good On The Dancefloor - Arctic Monkeys

Todavía hace frío, pero ya dentro de pocos días empezará la primavera. 
El verde borra el gris poco a poco.
Desde que se levantó a las dos de la tarde, hasta que se marchó a la calle, Wesley no tocó el diario que le había regalado Albert. Ni siquiera lo miró. Sabía que la noche anterior había escrito algo, pero no lo recordaba. No quería recordarlo.
Aunque sabía que tarde o temprano le vencería la tentación y lo leería.
Wes bajó a la calle sabiendo que el diario se había quedado abierto sobre la mesa de su habitación. Salió a la calle y al darse la vuelta después de cerrar la puerta con llave, vio a Charlie sentado en el techo del coche del señor Atkinson, fumando. Sí, en el techo del coche.
¿Has dormido bien soldado?
Sí, todo correcto.
Wes todavía tenía la voz ronca de la noche anterior, pero Charlie le sacó media sonrisa solo con saludarle. Todo era culpa del humo, de los líquidos incandescentes y del frío. Wes no era consciente de que había convertido todo eso en rutina. Era consciente de que le gustaba, de que no sobreviviría mucho si pensase en seguir con esa vida a largo plazo. Aunque muy pocas veces pensaba en lo segundo.
Ese es uno de los coches del señor Atkinson. Y tú has osado sentarte encima.
También me siento encima de los coches del señor Addley. Me siento encima de muchos coches siempre con el tono irónico que ellos mismos habían inventado . Sentarme a fumar encima de los coches que hay aparcados por aquí es la mejor metáfora que se me ha ocurrido nunca. Porque el tabaco es mi mejor laxante.
Es una metáfora preciosa, soldado Charlie. Aunque seguro que a Byron no le gustaría.
Sí. Por eso no volveremos a vagar tan tarde en la noche, aunque el corazón siga latiendo…
... y la luna conserve el mismo brillo.
Charlie bajó del techo del coche y emprendieron su camino hacia el bar de Albert, el ‘Epsom Straight’. La recta final del hipódromo de Epsom era también la recta final de cada día y de cada noche..
Wes no paraba de preguntarse qué habría escrito la noche anterior. No era capaz de adivinar cuál sería la cantidad exacta de tonterías que habría escritas en aquel papel.
Ayer Emma no estaba en el teatro.
Lo sé.
¿Te importó?
Eso no lo sé.
Ya.
Caminaban despacio. Nunca tenían prisa. Debían ser las dos únicas personas de Londres que nunca tenían prisa.
Deberíamos irnos a Cuba o a Puerto Rico. O a Jamaica.
Yo creo que primero deberíamos hacer algo aquí.
Hacer algo aquí. Pásame un cigarro y explícame eso.
Tenemos que hacer algo. Deberíamos aportar algo. A nuestra manera. Tenemos todas las facilidades del mundo y tenemos que aprovecharlas de una vez. Está muy bien todo esto que hacemos, esto que para todo el mundo se reduce a no hacer nada y a vivir del cuento para mí significa mucho, pero hay que hacer algo más. Hay que conseguir que haya gente que sepa que existamos. Y el paso siguiente será conseguir que la gente quiera que existamos.
¿Has dormido bien?
Sí… Eh… ¿has escuchado lo que te he dicho?
Claro que te he escuchado, pero me preocupa saber si el soldado Atkinson ha dormido bien.
Sí, sorprendentemente sí.
Me parece bien eso que dices de hacer algo más. Y creo que sé lo que podemos hacer.
¿Lo dices en serio?
Sí. Bueno, no es precisamente serio, pero es una idea. Es un bar.
Un bar.
Sí joder, abrimos un bar.
A Wes le había encantado la idea de Charlie, pero se quedó un rato en silencio para crear suspense y que el soldado de pelo imposible se pusiera nervioso. Wes fumaba lento y andaba con la mano izquierda metida en el bolsillo de la gabardina, jugando con los tres comprimidos de hidroxicina que llevaba siempre encima.
Bueno, ¿qué dices?
Caminaba mirando al suelo, Charlie le miraba expectante. Wes no levantó la cabeza, pero sí la mirada, y también esa sonrisa absurda que sale a flote cuando algo te ilusiona.
Que tenemos que empezar a buscar local.
Charlie ya sabía que la sonrisa absurda de Wes escondía un “SÍ” gritado en silencio.
¡Buenas tardes muchachos!
¡Buenas tardes coronel!
Los viejos de siempre ocupando las mesas de siempre en el ‘Epsom Straight’. Las mismas banquetas ocupadas por los mismos cuarentones recién salidos del trabajo.
Albert era irlandés, y lo sigue siendo. Cuando los chicos le presentaban a alguien en el bar siempre le anunciaban como el “coronel Albert O’Brien, propietario del Epsom Straight y fiel e irlandés defensor de Su Majestad la Reina Isabel II”, y no hubo una sola ocasión en los últimos años en la que Albert no añadiese: “si el Señor me lo permite, seguiré siendo el mismo mañana”. Aquella tarde Albert estaba contento.
¿Dónde acabó ayer la noche?
En la puerta del teatro. En el banco que hay frente a la puerta del teatro.
¿Y pasó algo?
Nada, estuvimos un rato ahí, esperando a que se abrieran las puertas. Se abrieron y no salió nadie. No salió nadie. ¿Verdad, Wes?
Wes ya había empezado a beber y a fumar. Ya estaba sentado en la barra escuchando con gesto firme a Charlie y a Albert. Su mirada se perdía en los brillos que plagaban la barra de madera del Epsom Straight. Y contestó a Charlie.
No, no salió nadie.
Y después, un paseo hasta casa. Y a soñar. Voy un momento al baño.
Charlie desaparece de la escena y Albert se queda con Wes, que da un trago a la pinta que hacía guardia sobre la madera, entre el coronel Albert y él.
Apenas dormí anoche. Me puse a escribir en el cuaderno que me diste. Y no he leído lo que puse. No me acuerdo. Y me da pánico volver a casa y leerlo.
Pues pasa la página.
Pero al mismo tiempo me muero de ganas de leerlo.
Pues entonces léelo, muchacho. No te hará daño. Si lo haces bien, tu diario se convertirá en tu espejo. Lo que veas escrito acabará siendo lo que eres.
Seguro que lo leeré. Ahora cuando venga Charlie tenemos que contarte algo.
Y suena la cisterna, y cinco segundos después, el soldado de melena imposible vuelve a escena.
Charlie, ¿qué tenemos que contarle a Albert?
El Parque de Atracciones.
¿Qué significa eso?
No lo sé pero es el nombre que he pensado.
Cuando les escuchaba hablar de algo que él desconocía, Albert nunca pensaba en algo bueno.
Albert, Wesley y yo hemos pensado en abrir un bar.
Albert tardó en reaccionar. Parecía que no había escuchado lo que Charlie acababa de decir.
Si esto es una despedida, ya sabéis lo que hay: tened cuidado, pedid perdón y dad las gracias. Siempre.
Y abrió el grifo de cerveza. Albert interpretaba que los dos jóvenes habían decidido empezar una nueva vida. Borrar todo lo que había ocurrido antes de ese día. Pero no era así. Ellos no eran conscientes, pero Albert era uno de los motivos por los que su vida merecía ser vivida.
Albert esto no es una despedida. El bar abrirá por las noches, y nosotros seguiremos viniendo aquí.
Será la primera vez en vuestra vida que tendréis responsabilidades.
Sí pero tenemos ganas. Yo tengo ganas. Y Wes no dice nada, pero las ganas le están matando.
Si nos sale bien, creo que es lo mejor que habremos hecho nunca.
Bien. Me gusta que hagáis esto. Me gusta que hagáis cosas. No sabéis lo triste que es encontrarse a gente demasiado adulta arrepintiéndose de todo lo que no hicieron cuando deberían haberlo hecho.
Queremos que la gente quiera que existamos. Wesley lo ha dicho antes.
En realidad yo quiero mucho más que eso. Pero hay que partir con esa máxima.
Wes nunca supo realmente por qué aceptó la propuesta de Charlie. No quería que su vida girase en torno a un bar. Ya lo había hecho durante toda su adolescencia, y no hay duda de que si a Wes le ofreciesen volver atrás en el tiempo y revivir todo lo que ocurrió desde que tenía doce años hasta esa tarde de marzo, únicamente soltaría un ‘no’. Un ‘no’ cargado de asco y de miedo. Wes necesitaba aprender a distraerse. Aprender a fracasar. Y montar un bar era bueno para las dos cosas. Más para la segunda que para la primera, porque Wes no quería distraerse. No quería tener la sensación de estar perdiendo el tiempo. Ya conocía esa sensación. La conocía muy bien. Demasiado bien.
¿Has dicho ‘El parque de atracciones’?
Y por dentro será como un club de caballeros abandonado.
Y encima de la puerta las letras hechas con neones rojos. Rojo prostitución.
Y una barra de madera como esta.
Y whisky escocés. Mucho whisky. Cascadas de whisky escocés. De los grifos de los baños saldrá whisky escocés.
Ya habían vaciado una botella. Eran las seis de la tarde.
Soldados, les informo de que los dueños de los locales no deben consumir bebidas alcohólicas mientras están de servicio.
Frenaron las fantasías. Wes miró a Charlie. Charlie miró a Wes. Era demasiado pronto como para parpadear tan rápido y para tambalearse tanto. Pero aún así Charlie se atrevió a contestar al viejo y sonriente Coronel O’ Brien.
¿Qué cuando tengamos el bar no podremos beber?
Eso es, soldado Addley.
Bien pues… Wes, ya sabemos cuál es la primera norma: “En ‘El Parque de Atracciones’, los propietarios SÍ podrán consumir bebidas alcohólicas, siempre que sea con fines terapéuticos’.
Sonrisas cómplices la de Albert y la de Wesley tras escuchar las estupideces que soltaba Charlie, que hundía las manos en su pelo como si buscara un tesoro escondido. Albert estaba orgulloso.


Pues no les diré nada más, soldados. Simplemente disfruten de su terapia.

El Parque de Atracciones III, aquí.
El Parque de Atracciones II, aquí.
El Parque de Atracciones I, aquí.

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