Ahí estaba. Dejando
de estar. Dejando de ser. Consciente e inconsciente a la vez. Con la mirada
perdida en la acera, donde se le cruzaban destellos de tacones y cigarros
aplastados. Temblores de manos y piernas perfectamente coordinados por el frío
que invadía todas las madrugadas invernales. Pero ella hacía que todo lo
existente desapareciese. Solo quedaban sus tacones, su sonrisa, su risa, y la
fuerza sobrehumana de su mirada. El alcohol no le había alejado lo suficiente
de la realidad como para dejarse llevar por sus deseos de sentirla y hacerla
sentir. Solo tenía un obstáculo antes de llegar a ella. Y el obstáculo era ella.
Ella, con un sí o con un no. Este último partiendo con clara ventaja. Pero
siempre con menos que la tercera opción: la x. La incógnita. La cobardía. La
cobardía de no intentar cumplir un sueño (o varios). La cobardía que solo le
permitía mirarla de lejos. La cobardía que ni el alcohol había podido vencer.
La cobardía. La culpable de que el tiempo pasara más rápido, acercando el
momento de su marcha. El momento en el que su mirada ya no brillaría entre
neones y farolas. Llegó ese momento y se fue. Sin saber que para él nunca se
iría del todo.
J. L. M.
No hay comentarios:
Publicar un comentario