jueves, 27 de junio de 2013

La lluvia lenta

  Hoy llueve de nuevo sobre las empedradas calles de La Habana Vieja. A través de las sucias ventanas del cuarto, esta agua parece traer reminiscencias de aquella otra que ahora recogen páginas descoloridas, esa agua medrosa y triste de la que habló Gabriela.  Ya los oigo subir por la escalera, sé que vienen por mí y ya no siento miedo, ya no soy yo.
   Esta es la gloria de la revolución de la que tanto hablaron, estos los sueños que nos prometió nuestro comandante: un país de miseria en donde los hombres no pueden alzar la voz si no es para decir lo que ellos quieren. Ellos, los fantasmas sin rostro, por todas partes, haciendo respetar el espíritu de la revolución.
   Ellos no entienden de nombres o ideas, sólo entienden el miedo y la sed perpetua del poder. No sólo no tienen rostro; tampoco tienen nombre, ni bandera, ni alma. No son más que perros de presa. Son el enjero corrupto a través del cual una mano férrea dirige nuestro yugo. Aquí, en mi humilde cuarto en La Habana, o en cualquier otro lugar del mundo. Son ellos quienes encienden la mínima chispa necesaria para incendiar de odio un slum en Mirzapur. Son el hierro entre los olivares andaluces, prendido en el pecho del poeta. Son el vientre abombado de un niño cuyas manos y cuya infancia se llevó la guerrilla en el África ecuatorial. Son la incomprensión de una madre ante los ríos de sangre de una favela y la pasividad del desposeído por las “democracias”. Son la lluvia torrencial que arrasa hasta nuestros jardines más secretos. Al fin y al cabo, es siempre lo mismo: Al terror le sobreviene la calma, después la lluvia arrastra inclemente la sangre que riega nuestra tierra, olvidamos. Todo se repite: nos oprimen, padecemos, alzamos las voces, nos engañamos con la ilusión vana del cambio, el cambio llega, el cambio nos oprime, padecemos de nuevo. Así será siempre: germinaremos, sangraremos, olvidaremos, moriremos.

 Los oigo al otro lado de la puerta. Me llevarán, desapareceré y otro ocupará mi lugar, se lo llevarán también. Entran, son dos, me encañonan. Mientras, afuera, indiferente, llueve.

A.S.V.

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