El escritor es un hombre felizmente casado, con tres hijos y
un perro, y goza de un cierto reconocimiento entre sus colegas de profesión, y
también entre los lectores.
Escribe todos los días en su estudio. Su estudio es su
santuario.
Pasan los años, y su hijo mayor, decide empezar a escribir,
pero él se lo prohíbe. Él es el escritor, el que publica, y no quiere que su
hijo se convierta en el “hijo de”. El hijo decide demostrar al padre su valía
como escritor, por lo que decide empezar a escribir relatos a escondidas.
El escritor está todo el día encerrado en su despacho. Solo
sale para ir al baño. Cuando el escritor está en el baño, su hijo entra y
mezcla los relatos que él ha escrito con los de su padre.
Los escribía a máquina con la esperanza de que su padre no
le identificase con lo escrito en esos papeles. El hijo mayor escribía lo que
sentía y lo que dibujaba su imaginación. Poco a poco construyó una obra que
mezclaba todo lo imaginable. El chico no desperdiciaba nada de lo que pasaba
por su cabeza.
Un día el escritor descubrió todo eso en el segundo cajón de
su escritorio; el sitio que su hijo había elegido para guardar su pequeña obra.
Empezó a leer el primero de los relatos, y a los pocos segundos dejó de ser
escritor egocéntrico y se convirtió en padre orgulloso.
Leyó hasta la última letra de ese mosaico de historias que
su hijo había compuesto. Salió del despacho con todos los folios en la mano.
Todos los folios que su hijo dejaba sigilosamente en su estudio cada vez que él
iba al baño. Fue a la habitación del chico, que desde el momento en que vio
entrar a su padre, trató de ocultar los nervios con un perfecto gesto de indiferencia
en su rostro. El escritor le miró. Miró después el primer folio del montón,
pasaron cinco segundos eternos hasta que hizo la pregunta.
-¿No falta el título principal?
El chico sonrió. Había pensado millones de títulos para
unificar todas esas historias, pero ninguno transmitía lo que esas historias
significaban. Cada historia había sido un paso para alcanzar el reconocimiento
de su padre. Las había metido por la puerta de atrás del universo que el
escritor había creado en aquel estudio. Y se acordó del detalle más doméstico
de toda esta aventura. El detalle que le hizo sonreír cuando su padre le hizo
esa pregunta, el detalle que le había permitido mostrarle las cosas que
escribía. El detalle que le descubrió el título perfecto. No tardó en
responder.
-Se llama El
escritor ha ido al baño.
J. L. M.
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